Pablo Bermejo
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2 de junio de 2007
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Recuerdo que una vez de pequeño, mi primo y yo compramos una gran cantidad de globos. Nos pasamos la tarde entera inflándolos, y por la noche cuando llegaron nuestros padres se encontraron todo el suelo ‘enmoquetado’ de globos. Pues bien, una vez que explotamos todos los guardamos en un bote de galletas. Con el tiempo, también nos dio por coleccionar canicas en un bote nuevo de galletas. Cada canica guardada tenía que ser de un tamaño o color diferente al resto. Recuerdo que juntamos más de cien. Todo esto cabía en cajas.
De mayores necesitamos trasteros en nuestras viviendas para guardar el lastre de nuestras vidas y que nunca volvemos a utilizar. En un capítulo de Dios vuelve en una Harley, Joe desecha casi toda la ropa de la protagonista, pues era ropa que ella no utilizaba pero que le hacía sufrir en cada cambio de temporada por no saber qué hacer con ella. El caso es que todos tendemos a guardar los restos de nuestro pasado.
Sin embargo, hay otro tipo de almacén que aún nos desgasta más. Si llenamos nuestra cabeza de fotos, recuerdos, experiencias amargas o globos de colores que no sirven para nada, estamos perdidos. Todos conocemos a alguien que carga recuerdos pesados como estanterías a su espalda durante demasiados años como para volver a tener la espalda recta y mirar al frente. O amigos que guardan en sus bolsillos miles de canicas inútiles de cuando eran más jóvenes y no saben afrontar sus nuevas etapas como adultos.
El caso es que a lo largo de los años vamos llenando nuestro trastero y nuestra cabeza con recuerdos que no hacen más que ocupar espacio y hacernos tropezar. Lo malo de las habitaciones llenas de trastos es que acumulan mucho polvo, es mejor hacer limpieza y dejarse de lamentos inútiles. Yo he conseguido hacer la prueba con algunas cosillas, tanto con el trastero de mi casa como con el almacén de mi cabeza. Y puedo asegurar que es una sensación muy liberadora. Aunque bueno, de lo que no me he podido librar es de mi colección de cómics, pero supongo que dejar algo tampoco está de más, ¿no?