Juan Iniesta Sáez
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9 de diciembre de 2023
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]A[/fusion_dropcap]llanar el camino a quien ya vino
En este recién estrenado ciclo B del año litúrgico, nuestro «evangelista de cabecera» va a ser san Marcos. Es un evangelista parco en palabras (poco más de la mitad de capítulos que el de san Mateo, por ejemplo) y en descripciones. Y, sin embargo, en este comienzo de su Evangelio, dedica varios versículos a la figura de Juan el Bautista, el protagonista de este segundo domingo del Adviento.
Se trata de una figura que remueve, de un carácter e incluso una fisionomía que no deja indiferente a sus paisanos. Viene a cumplir lo que Isaías proclama como un mandato para los hombres de Dios en la primera lectura: «¡consolad, consolad a mi pueblo!».
Juan viene a hablar al corazón de la vieja y de la nueva Jerusalén, la Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús apenas incipiente todavía. Predica la conversión de los corazones a los que habla, para que preparen el camino, para que «allanen los senderos del Señor». Esta expresión nos choca. Porque solemos pedir en nuestra oración cotidiana que el Señor allane nuestros senderos, que nos conceda tal o cual favor o gracia. Sin embargo, el último de los profetas, el Bautista que hace de bisagra entre el tiempo de espera y el anuncio de la llegada del Mesías, lo que nos pide es que seamos nosotros los que allanemos sus caminos.
Él mismo asumió esa misión, sin comprenderla del todo (otros pasajes evangélicos nos relatan esa incomprensión y dudas del mesianismo de Jesús). En su sencillez, se atrevió a no esperar, a anticipar el anuncio de la venida del Salvador a quienes tanto necesitaban de una visión esperanzadora de la vida. Patrones que se repiten constantemente. ¡Ya llegó! Pero seguimos esperando una venida más sentida y eficaz del Mesías a nuestra vida concreta.
Quizás la actitud no sea la de esperarlo, sino la de allanar el camino a quien ya vino, pero a quien a veces ponemos trabas, no vaya a ser que, llegando de verdad a mi vida, exija en ella algún cambio que me saque de la comodidad, del apoltronamiento… No vaya a ser que me hable al corazón, me lleve al desierto del encuentro con Él, y allí me cambie la vida porque me ponga ante la tesitura de seguir, o bien esperando y desesperando, o bien dejarle marcar mi vida con el sello del Espíritu Santo que me mueva a plenitud de vida.
Juan Iniesta Sáez
Vicario La Sierra