Antonio García Ramírez

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2 de marzo de 2025

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El sacerdote Francisco Gil Oliva fallecía el 11 de enero a los 82 años. Fue ordenado hace 58 años.

Dice la canción que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, pero no; en este caso, lejos de que algo muera en nosotros, nace un sentimiento que, envuelto en el recuerdo de Paco, en su fidelidad y entrega, afianza nuestra fe, alivia nuestra tristeza y nos ayuda a caminar con mayor firmeza hacia Jesús.

Como un tesoro fraterno, guardamos las palabras y los gestos que hicieron de Paco un testigo del Evangelio de Cristo para nosotros. Nada se ha perdido de cuanto sus labios proclamaron en el nombre del Señor. Nada queda baldío de lo que sus manos sacerdotales bendijeron y distribuyeron como gracia, tomándolo de las manos grandes del mismo Dios. Su corazón se lleva consigo nombres e historias a ese cielo prometido que él también esperó, cuyas puertas pedimos que se abran por la misericordia del Señor.

Conocí a Paco a su regreso de África. Me pareció un hombre íntegro, de convicciones claras y bondad sincera, que sabía dar razón de su esperanza sin que le faltase el arrojo de un cristiano honesto y coherente, especialmente ante la mediocridad y la hipocresía.
Son muchas las preguntas que nos hacemos cuando la partida de un ser querido se nos antoja prematura. Pero la agenda de nuestra vida no la llevamos nosotros, ni la dictan nuestras necesidades ni nuestros intereses, sino la misteriosa voluntad de un Dios bueno, que siempre sabe lo que hace. A nosotros nos faltan datos y razones para entender lo que, sumidos en nuestro dolor, no alcanzamos a comprender.

Con la muerte no acaba la vida; esta sigue adelante. Siempre hay una luz de esperanza y de consuelo porque creemos en un Dios que ha sufrido y ha muerto, pero, sobre todo, en un Dios que ha resucitado y que ahora vive junto a nosotros.
La muerte, por tanto, no se puede celebrar nunca. Celebramos, en cambio, la nueva vida de Paco, una vida a la que él estuvo entregado en cuerpo y alma.

En nombre de todos los amigos que te hemos querido, que te queremos y que te querremos siempre, muchas gracias por la huella que dejas en nuestros corazones.

Descanse en paz este hermano que fue un buen pastor y que ahora va al encuentro del Buen Pastor.
Que nos volvamos a ver en el cielo.