Carmen Jiménez Tejada

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9 de marzo de 2025

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En estos días se ha cumplido un mes del Congreso de Vocaciones que la Iglesia española ha celebrado en Madrid, y ha sido necesario hacer un parón para reflexionar y poder poner en perceptiva todo lo que puede significar para el planteamiento futuro de la pastoral en nuestras Diócesis.

Primero, quiero contaros que me sentí una privilegiada al poder asistir como invitada y vivir de primera mano aquella experiencia enriquecedora, al ver la diversidad vocacional condesada en los más de 3.000 participantes de las 70 diócesis españolas y más de 400 realidades distintas, siendo acompañados, a su vez, por 65 obispos.

El Congreso se configuró sobre una pregunta: ¿Para quién soy?, tratando de provocar la reflexión y la puesta en común sobre la cuestión vocacional. Lejos de parecer un anacronismo, la pregunta es muy oportuna, ya que, lejos de tratar de contestar a la pregunta que nuestra sociedad se hace -¿Quién soy?-, da un salto cualitativo para unir dos inquietudes que pesan sobre el corazón humano: la identidad y el sentido de la vida.

Muchos conceptos innovadores me traigo del Congreso, como la necesidad de repensar nuestras pastorales para abrir el abanico e impulsar la Iglesia como una comunidad de misiones, impulsando una cultura vocacional que abarque todos los estados de vida en todo momento. Para ello, es necesaria la conversión relacional misionera. La iglesia no es una cosa, somos personas vocacionadas en relación para llevar la misión.

Me encantó que, como eje vertebrador, en el oratorio que se habilitó nos acompañara durante todo el Congreso un sagrario para la adoración al Santísimo, acompañado por la imagen de la Virgen de la vocación.

Es necesario un tiempo de espera para dejar actuar al Espíritu y contemplar con asombro que: “Algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?”.