Antonio Abellán Navarro
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11 de noviembre de 2006
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Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. (…) Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre. Así nos ilustra el Señor en el capítulo 10 de San Mateo, y así lo vivió nuestro protagonista de hoy, D. Alberto Marcilla, a quien no le sorprendían los vendavales de la persecución. Le habían azotado ya en Méjico, donde pasó casi la mitad de su vida.
Nació en 1880 en Albacete. Estudió latín y humanidades en Valencia, filosofía y teología en Méjico, donde fue ordenado sacerdote desempeñando allí algunos cargos eclesiásticos. Cuando se desató la persecución religiosa de los años 20 en aquella nación pudo escapar para refugiarse en su patria.
Vuelto a su tierra natal en 1919, el Sr. Obispo le nombró rector de la Iglesia de S. José de Albacete; cargo que desempeñó por espacio de dieciséis años, con gran cariño y para su Iglesia. Pero razones de salud le obligaron en 1935 a abandonar su puesto.
Unos días antes del comienzo de la contienda civil, marchó a Valencia en busca de alivio para sus achaques, viéndose obligado a permanecer oculto en la ciudad del Turia. Pudo esquivar la persecución mexicana, pero la tormenta desatada en España contra la Iglesia de Cristo, no la pudo eludir. Y seguramente habría logrado, sin gran trabajo, pasar desapercibido en aquella populosa ciudad, donde su presencia era desconocida, por no vivir en ella habitualmente, a no haber sido por una delación procedente, al parecer, de Albacete o de algún individuo de Albacete, que residía en Valencia; la cual provocó un registro en la casa en la que D. Alberto vivía con una hermana suya, al que siguió la detención y encarcelamiento, el día 28 de agosto en las Torres de Cuarte.
El 24 de septiembre, aniversario de su Ordenación sacerdotal, le fue comunicada la alegre nueva de que en breve sería puesto en libertad. Pero lo que sucedió fue algo enteramente distinto. Tres días después, el 27 de septiembre, era sacado de la prisión, pero para ser conducido, juntamente con otros, a varios kilómetros de Valencia por la carretera de Paterna y allí, en plena carretera, fue fusilado.
El nombre de D. Alberto Marcilla quedará en la historia de la diócesis, pues su hermana, en recuerdo de su hermano, cedió una casa y terreno de su propiedad, convertida hoy en Casa de Ejercicios y residencia episcopal.