Juan Iniesta Sáez

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30 de marzo de 2025

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En este domingo de la alegría, domingo “lætare” en su nomenclatura tradicional, nos encontramos con la que, seguramente, sea la parábola más conocida de cuantas propuso Jesús a la consideración de sus oyentes: la del hijo pródigo o, más adecudo, del padre misericordioso.

Entre las muchas páginas del evangelio de Lucas que esbozan el retrato de un Dios misericordioso, capaz de amoldarse a la debilidad del discípulo para alzarlo hasta límites que, por sus propias fuerzas, jamás podría alcanzar, hoy se nos invita a vernos reflejados en la actitud de los tres personajes principales de la parábola.

Ese hijo menor, que, despreciando las atenciones y la calidez del hogar paterno, prefiere romper -con una actitud de autosuficiencia tan contemporánea, tan de nuestros tiempos- toda vinculación e irse lejos de las aparentes estrecheces de su vida cotidiana para luchar por una independencia que buscándose a sí mismo y su propia satisfacción, en realidad le hace perderse.

O el hijo mayor, quien, aunque permanece bajo el mismo techo que el padre, parece que, en realidad, nunca hubiera realmente vivido con él, pues en esa casa comparten espacio físico, pero no vital. No lo conoce ni lo reconoce como el padre generoso que siempre lo ha dispuesto todo para que a él no le falte nada. Le faltaba sólo una cosa: descubrir quién era su padre y cómo de amoroso llega a ser su corazón. ¡Casi nada!

La invitación a contrastar nuestras actitudes con las de uno u otro hermano, una invitación que debe ser acogida personalmente y no diluirse en la belleza del relato de modo que nos sirva para examinarnos en conciencia, llega a ser una llamada intensa a identificar al padre de la parábola con el Padre amoroso que nos testimonia el propio Jesucristo.

En el tiempo cuaresmal, tiempo de reconciliación, esta parábola paradigmática del perdón del Padre nos impulsa y estimula a recorrer el camino de vuelta al abrazo del hogar o a tomar conciencia de con cuánto agradecimiento debemos responder con amor generoso a los desvelos y cuidados del que es el Amor con mayúsculas.

El culmen de este camino (te animo a recorrerlo de la mano del libro “El regreso del hijo pródigo” de Henri Nouwen) será asumir nosotros mismos el rol paterno y ser agentes de perdón y misericordia en un mundo tan necesitado de esas actitudes contraculturales, pero profundamente humanizadoras de nuestra realidad.