Manuel de Diego Martín
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7 de noviembre de 2009
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En el campamento de la Dehesa y en otros lugares de Albacete, se encuentran un montón de jóvenes, subsahelianos: malienses, senegaleses, cameruneses, guineanos…, a quienes veo cada mañana dejar sus dormitorios para adentrarse en la ciudad buscando un trabajo que no llega.
También nos enteramos por los informativos que otros muchos no paran de llegar en las pateras. Ante esta situación surge en mi un sentimiento de dolor, que me hace gritar aun sin palabras: ¡Dios mío, cuánta ilusión, cuánta juventud hundida en la más absoluta impotencia y frustración!
Los diez años que estuve como misionero en África no me dejan insensible, cuando los veo pasar a mi lado, sobre todo si hablan una lengua que yo torpemente aprendí a balbucir. Siento que la suerte de estos jóvenes, es también la mía, y que las esperanzas de estos muchachos son también mis esperanzas.
Por eso desde que se anunció la celebración del Sínodo de Obispos, he seguido todo lo posible los trabajos y los temas que en las aulas sinodales se han estudiado. Estos días terminó el Sínodo y en la clausura se leyó el Mensaje final, titulado “África, levántate”. Aquí no se trata de expresar un grito de rebeldía, de llamada a la subversión. Todo lo contrario, es una oración, una plegaria, es hacer presente en nuestro siglo el grito de Jesús de Nazaret, el que salía de sus labios cuando veía a gentes tiradas por el suelo.
Los Obispos africanos son conscientes de que sus pueblos se encuentran postrados en la pobreza, en la más absoluta miseria. Y dicen que por eso se han tenido que ir muy lejos muchos para poder sobrevivir. Según ellos, algunos han encontrado el camino, el futuro, pero otros no. Efectivamente, esto segundo lo estamos constando cada mañana.
De ahí que en el documento de los obispos hagan una llamada encendida a todos a despertar en la responsabilidad: sacerdotes, laicos, hombres, mujeres, jóvenes, niños, todos dispuestos a arrimar el hombro en esta tarea de salvar a África. Hacen también una llamada a los políticos, para que sean honestos, más aún, santos para intentar arrancar todas las corrupciones que impiden el desarrollo. Ponen como ejemplo al presidente tanzano Julio Neyrere, cuya causa de canonización está en marcha. África tiene que reavivar todas sus posibilidades.
Pero también piden la ayuda solidaria de los pueblos ricos; ellos nos necesitan como agua en mayo para poder despegar. Que nuestras relaciones con ellos no sea el buscar sus materias primas sino su desarrollo armónico en todas sus dimensiones. Con la ayuda de Occidente, pueden despegar y entrar en un concierto de armonía y justicia universal. Todos nos necesitamos mutuamente. El Papa nos recordaba que África, por su riqueza espiritual es un gran pulmón para que la humanidad pueda respirar mejor. No asfixiemos este pulmón, para que el mundo entero pueda respirar. Por eso el “África, levántate” es un grito, que si llega a ser realidad, nos llenará a todos de esperanza.