Manuel de Diego Martín
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20 de agosto de 2011
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Hoy el Papa Benedicto, con la celebración de la Eucaristía se despide de Madrid. Multitud de jóvenes, venidos de todo el mundo, han orado, cantado, aplaudido, han dicho un sí vibrante a los mensajes del Papa.
Como dicen en los Cursillos de Cristiandad, ahora llega el cuarto día, el más difícil. Los chicos vuelven a sus casas, y lo que importa es que esas luces, vivencias, emociones, compromisos arrancados a sus corazones en estos días, no queden en papel mojado, no se enfríen y puedan llegar a dar fruto abundante en sus lugares de origen.
Días antes de llegar el Papa, había gentes que cuestionaban su venida, porque esto iba a costar mucho dinero a las arcas del Estado, y ahora nos estamos para bromas. Alguien, autorizado para hacerlo, dijo que los gastos al Fisco iban a ser cero. En cambio los beneficios para España iban a ser millones de euros.
Me alegro que la maltrecha economía española haya tenido con la Jornada Mundial algún pequeño alivio. Pero es que los inmensos beneficios de este viaje no se pueden contabilizar en euros. Los frutos se los llevan los jóvenes dentro de sus corazones, son esos tesoros de los que habla el evangelio, unos tesoros que los ladrones no pueden robar.
Cuando nos quejamos de tener una juventud pasota, desencantada, descomprometida y a veces pegada al vicio y al puro materialismo, no podremos nunca llegar a evaluar el inmenso bien que las palabras del Papa y todos los demás mensajes recibidos en estos días, han hecho en sus conciencias. Ahora los jóvenes vuelven a sus casas, algunos venidos de los más lejanos rincones del mundo, cargadas las pilas para emprender nuevas tareas, y en su recuerdo quedará el gozo los días pasados en Madrid. ¡Gracias Santo Padre, por el bien que ha sembrado en los corazones de los jóvenes. Con ellos un mundo nuevo es posible!