Manuel de Diego Martín

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27 de septiembre de 2008

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El domingo pasado dije adiós a la Parroquia del Corazón de Jesús de Hellín. Diez años no son muchos, pero sí lo suficientes para anudar unas relaciones entrañables con mucha gente. ¿Cómo no sentir un cierto amor y cariño hacia feligreses que han estado conmigo codo a codo durante años luchando con pasión por el reino de Jesús?

Llegué, pues, hace diez años. Delante de mí había un solar y una misión del Obispo por cumplir. Entre otras tarea, me dijo, tienes la de construir un nuevo templo. Y poco a poco, con tesón y perseverancia hemos levantado una espléndida iglesia y también unos hermosos salones que son la envidia de toda la diócesis.

Me dicen: “¿No le cuesta dejar todo esto que Ud. ha ido levantando?”. Pues esto debe ser como desprenderse de un hijo/a que uno ha criado. Sí, así es; claro que cuesta. Pero esto es lo que decimos nosotros, los curas, cuando se casan sus hijos, que deben hacer todo para que ellos consigan toda su autonomía y libertad. La razón es que nadie posee a nadie, ni nadie debe ser propietario de nada.

Me ha llegado el momento de desprenderme para ir a otra misión. La Parroquia queda en buenas manos. En primer lugar queda siempre en las mejores manos, en las manos del Señor. Queda también en las manos de un excelente sacerdote que le ha tocado venir a Hellín y queda en las manos de tantos y buenos feligreses que seguirán dando a la Parroquia lo mejor de sí mismos, como han hecho hasta ahora para que siga creciendo. Y espero que en esto de hacer parroquia se unan muchos más.

Me dicen también: “estará Ud. contento con la despedida que le hicieron. Ha tenido la oportunidad de ver el templo lleno hasta la bandera. Eso que tanto le gusta, que la iglesia se llene de gente”. Naturalmente que sí, y Dios quiera que la Iglesia se vaya llenando de gente cada día más, cada domingo. Esto es lo que hace viva una parroquia.

Ciertamente me voy un poco triste por tantas cosas que hay que dejar. Pero también con mucha alegría de irme con la conciencia tranquila de haber hecho todo lo que he podido sin regatear esfuerzos ni cansancios. Siento que la misión que me encomendaron la he cumplido.

Y como se dice en las despedidas, no me queda más que pedir mil perdones por mis errores, por el mal que haya podido hacer a algunas personas. Creo, por otra parte, que no dejo muchos enemigos a la espalda. De lo que sí estoy seguro es que dejo muchos amigos. Gracias por todo lo que he recibido de vosotros, ciudad de Hellín.