+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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25 de julio de 2020

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]F[/fusion_dropcap]inalizada la Feria y los actos en honor a la Stma. Virgen María de Los Llanos, con alegría e ilusión, afrontábamos un nuevo curso pastoral cargados de esperanza y de muchos proyectos ilusionantes para infundir más vida espiritual y pastoral en las personas e instituciones de la diócesis. Iniciamos los encuentros arciprestales con los sacerdotes y programamos los encuentros arciprestales con los laicos. En los templos y en las parroquias, se percibía el ajetreo de unos y otros junto con la ilusión de empezar la vida de un nuevo curso.

De forma inesperada, transcurriendo el año 2020, apareció en nuestras vidas un “personaje desconocido” e invisible, nada bueno, el Covid-19. Su presencia alteró nuestro ritmo de vida. Fuimos obligados a confinarnos en nuestros hogares. El miedo y el desconcierto ante lo desconocido y la maldad del “personaje”, contagiando a unos y otros, frenaron nuestros planes e ilusiones pastorales. Sentimos impotencia y vulnerabilidad, deseo de escapar de esta situación, aunque sin saber hacia donde. Los enfermos y los difuntos se multiplicaban, las familias perdían inesperadamente a sus seres más queridos sin tener la oportunidad de estar junto a ellos en momentos tan angustiosos, ni de acompañarlos con el cariño y la cercanía del calor humano, de la fe cristiana y la presencia esperanzadora de Dios a través de otras personas. Cuántos sufrimientos impensables, dolores, soledades, interpretaciones sesgadas, verdades disimuladas, incapacidad para asumir y afrontar la verdad, inoperancia de responsables sanitarios y gubernamentales…

A la vez, aparecieron los “ángeles de la cercanía y la caridad”. Personal sanitario, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, capellanes y laicos voluntarios de pastoral de la salud, profesionales que entregaban sus vidas, lo mejor de su profesión, de sí mismos, de su fe hecha caridad. Qué gran regalo, gracias. 

Nuestra Iglesia de Albacete, las Cáritas Diocesana y parroquiales y otras instituciones socio-caritativas se han volcado, con inmensa generosidad, para ayudar y aliviar la realidad sangrante que vivimos. 

Ahora llega el tiempo del descanso, las vacaciones, que no son únicamente para olvidar lo pasado sino que, con lo vivido y siendo responsables cada uno, podamos afrontar el nuevo reto e iniciar, esperanzados, tranquilos e ilusionados, un nuevo curso pastoral poniéndonos en las manos de Dios, que es Padre, amor, misericordia y perdón, y su Madre, Santa María, para que nos ayuden a vivir cristianamente este momento de nuestras vidas y a encontrar las soluciones sanitarias y sociales para volver a la ansiada normalidad.