Manuel de Diego Martín
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19 de septiembre de 2009
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Cuando yo estuve como misionero en Burkina Faso (Africa) tuve que sufrir bastante a causa de las grandes lluvias. Llegaban momentos en que el coche quedaba un tiempo aparcado, y tenías que arrastrar a duras penas la moto con el agua hasta la rodilla si querías visitar los poblados. Cuando caía una lluvia de sesenta litros, y lo hacía sobre mojado, ya era aquello bastante grave. El otro día me enteré de que en la capital de Burkina, Ouagadougou, habían caído de golpe doscientos veinte litros. Me dije para mí, esto tiene que haber sido catastrófico. Efectivamente, ya nos han llegado noticias precisas, más de ciento cincuenta mil personas se han quedado sin casa.
Ante esta desgracia, enseguida nos surgen diversas preguntas. La primera es mirar al cielo y decirle al Señor: “Tú que gobiernas cielo y tierra, ¿por qué permites estos desastres? Y la respuesta es el silencio. La Naturaleza es como es, y es en parte también como hacemos que sea y unas veces revienta por aquí, otras por allá. Somos concientes que si esta lluvia hubiera caído en Nueva York u otra ciudad del mundo desarrollado donde las construcciones son sólidas, esta lluvia no hubiera sido noticia.
Pero estamos en un país pobre donde montón de casas, aún en la misma capital, son de tierra. Esta es la primera pregunta ¿qué hacer para que esta gente un día pueda construir sus casas como Dios manda, es decir, con ladrillo y cemento? De esta forma no estarán expuestos a sufrir estos desastres.
Pero hay otra reflexión que causa dolor ¿por qué muchas casas en las que invirtieron dinero, para que fueran construidas con toda seguridad, ahora se han caído? Porque en su construcción robó todo el mundo que pudo. Creyeron que era lo mismo echar tanto cemento en la mezcla como la mitad, y de esta manera quedaba más beneficio y a vender cemento negro. Esto sucedía en muchos poblados con la construcción de pozos que eran pagados con dinero de organismos internacionales. Allá robaba todo el mundo que podía. Al final los pozos se hundían y vete a pedir responsabilidades. Y es que, como es lógico, la arena sin cemento, no podía resistir, y esto a muchos les venía bien ignorarlo.
Y queda una tercera reflexión. Me escribía un email un amigo, misionero allá en Ouaga, invitándonos un poco a ponernos en marcha para buscar ayudas entre nuestras gentes y me decía: “Dios quiera que la desgracia de unos no se convierta en regocijo para otros”. Traducido a nuestro lenguaje quería decir que Dios quiera que si se ponen en marcha ayudas internaciones, no ocurra lo que tantas veces ha ocurrido, que el dinero se queda por ahí y no llega como debiera a los verdaderos damnificados. En este pobre país Burkina Faso, dicen que el segundo más pobre del mundo, se cumple de verdad aquello de que “a perro flaco, todos son pulgas”.