+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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4 de mayo de 2013

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos padres:

Alguno de vuestros hijos/as va a participar por vez primera en la Eucaristía en estos días de la Pascua florida. ¡Enhorabuena por este acontecimiento que tanto ellos como los demás miembros de la familia esperáis con ilusión!

El amor siempre se adelanta; más que mérito o requerimiento nuestro, es siempre gracia. Y lo mismo que vosotros les llamasteis a la vida como fruto de vuestro amor, también se adelantó el amor de Dios para acogerlos como hijos suyos y miembros de la Iglesia. Y al pedir para ellos el Bautismo os comprometisteis a educarlos en la fe, a fin de que la nueva vida, sembrada como una semilla, creciera y se desarrollara. El amor se adelanta, pero pide ser correspondido en libertad a media que vamos creciendo en responsabilidad. Por eso, es imprescindible un proceso catequético que, adaptado a la edad y condición del niño/a, vaya favoreciendo responder con amor al Amor.

La Primera Comunión, lo sabéis, no es un acto social que hay que cumplir; es un paso importante, un momento fuerte en el proceso de la iniciación cristiana de vuestros pequeños. Se celebra alrededor de los nueve años porque es la edad en que la psicología señala la hora de la madurez infantil en un desarrollo normal. La coherencia con el sacramento demanda que el niño aprenda, a su nivel, a contar con Jesús, a ir teniendo un comportamiento cristiano dentro del pequeño mundo de sus relaciones y acciones.

Nada de lo anterior será posible si los padres no apoyáis la labor de los catequistas. La Primera Comunión de vuestros hijos tendría que ser una oportunidad para reavivar la fe de la familia. Y si queremos que la labor catequética no quede malograda, los padres tendríais que ser los continuadores de la catequesis parroquial en vuestras casas. Me consta que algunos ya estáis realizando la catequesis familiar.

Los analistas sociales nos dicen que vivimos en una sociedad aquejada de una fuerte crisis de valores. Si logramos entre todos que vuestros hijos descubran hoy el gozo de creer en Jesucristo, será más fácil que lo vivan mañana.

Preparad y celebrad con alegría cristiana la fiesta de la Primera Comunión. Permitidme una advertencia que sé que está en el ánimo de muchos de vosotros: Que no se convierta en una fiesta de sociedad. Los alardes, el despilfarro, la ridícula estupidez de la competencia, los excesos de videos y listas de regalos -todo lo que algún periodista ha llamado “la feria de las vanidades”- aturde a los niños, les distrae y les impide vivir como corresponde la verdad profunda de su Primera Comunión.

Más importante que organizar los detalles externos es que os preocupéis de ayudar a vuestros hijos a rezar, a ser conscientes de la celebración religiosa, de la escucha de la Palabra, del compromiso de fraternidad y amor al prójimo que la participación en la Eucaristía conlleva. Es ésta una ocasión excelente para que recordéis a vuestros hijos que hay muchas familias viviendo situaciones muy duras, de muchas carencias. Qué buena oportunidad para que, en consonancia con el significado de la Eucaristía – Pan partido, Amor entregado- , los pequeños compartan con quienes nada tienen algo de lo que reciban como regalo. Eso es educar en la fe y vivir la Eucaristía.

La Comunión no es un punto final, sino un punto seguido. La Primera Comunión es primera porque se supone que luego vendrán otras, vividas no con menos alegría y acompañamiento por la familia. Se supone así mismo que seguirá el proceso de iniciación con otras catequesis o con la participación en grupos cristianos, de adolescentes o jóvenes, hasta la incorporación plena a la comunidad, que es lo propio de un cristiano bien identificado con su fe y capaz de dar en su vida testimonio del Evangelio.

Nada menos que eso es lo que merece el significado de la Primera Comunión. Nada menos que eso merecen vuestros hijos. ¡Enhorabuena, porque sé que eso es lo que estáis dispuestos a darles!

Con todo afecto