Manuel de Diego Martín
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21 de abril de 2012
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Escuché el otro día en la V Jornada Educativa Diocesana, celebrada hace unos días en nuestra ciudad, una preciosa conferencia del Dr. Domingo Moratalla en la que hacía algunas reflexiones sobre la existencia del ser humano y la vocación a la que está llamado, que me vienen muy bien para preparar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones que celebraremos el próximo domingo.
El mensaje de Jesús, nos decía, debe tener una gran fuerza innovadora en nuestra sociedad. Pero si este mensaje cae en el vacío, en un pedregal y no en tierra buena para ser acogido, todo queda en nada. ¿Qué hacer para que eso no suceda y la evangelización sea posible en nuestros días?
Puesto que el Profesor hablaba a educadores de centros católicos, les hacía comprender cómo debe ser la educación para que estos niños, a su vez, puedan ser receptores del mensaje evangélico. Nos hacía ver que ya que estos chicos viven en un globalismo economicista, que nos lleva a sociedades líquidas, en la que nos encontramos con seres diluidos, a merced de los peores intereses, habrá que educar para que los niños descubran lo que el ser humano necesita para ser, es decir, educar en clave de necesidades. Pues lo que se hace, suele ser en clave de deseos y derechos. Y esto puede ser grave porque los peores deseos pueden ser creados artificialmente y podemos llamar derechos a cualquier cosa.
En segundo lugar hay que descubrir el arte de vivir. Ver la vida como un don, un privilegio. Nos quejamos de que los chicos no saben apreciar lo que tienen. Y es que la raíz está viciada, hay que empezar por enseñar que la vida es un don y lo que se recibe gratuitamente hay que estar dispuesto a darlo a los demás. Esto nos lleva a descubrir esa llamada interior que me dice que todo lo que tengo me viene de los demás y yo tengo que estar atento a responder con mi vida y mis dones a las necesidades de los otros. Esto es vivir la vida como vocación.
Siguiendo estas pautas educativas, puede ser que el día de mañana las comunidades cristianas sean pocas, pero serán significativas. Es decir, tendrán una fuerza innovadora que no podrá dejarse de sentir en nuestra sociedad.