Antonio Abellán Navarro

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4 de noviembre de 2006

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Muchas veces las declaraciones de martirio, suscitan polémica en distintos sectores, queriendo mezclar con ideologías políticas la confesión de la fe. No es de extrañar. También ocurrió con la condena a muerte de Jesús. Era alguien molesto, con una doctrina que estorbaba y que era preciso eliminar. En los tiempos modernos, a veces en aras de establecer un sistema determinado, una determinada manera de concebir la vida, se ha buscado eliminar a aquellos que con su vida, su testimonio, su fe, son un obstáculo. Los mártires de la persecución española estorbaban en un sistema que quería someter al hombre, negando la dignidad que le correspondía como hijo de Dios. La Cruz de Cristo, que se hace presente en el cristiano, es un reclamo de esa dignidad. Por eso también entonces se retiró de las escuelas, como nos recuerda el testimonio de las mujeres de Caudete. ¡Qué antiguas resultan las polémicas de hoy! Siempre lo mismo, porque Cristo es el mismo ayer, y hoy y siempre.

La persecución religiosa no respetó ni edades ni sexo. En nuestro proceso de beatificación se estudia el martirio de 9 mujeres, una de Albacete, otra de Yeste y siete de Caudete. Estas últimas fueron asesinadas junto a otros 7 hombres el 29 de septiembre de 1936. De estas, ya hemos expuesto el caso de Cecilia Amorós, de la que contamos con más datos. Pero no podemos pasar por alto el testimonio de las otras 6:

Las hermanas Dolores y Teresa Albalat Golf, las hermanas Carmen y Dolores Pedrós Ruiz, Dolores Amorós Golf y Emerenciana Teresa Beltrán. Las hermanas Albalat y las Pedrós pertenecían a las Conferencias de San Vicente de Paul. Era común en ellas sus visitas a los pobres. Hubo una manifestación en Caudete en contra de la retirada de los crucifijos de las escuelas en la que también participaron.

Cuando sacaron a Teresa Albalat, su hermana Dolores manifestó que se iría donde fuera su hermana.

Dolores Amorós, era muy asidua a los Carmelitas. Mujer de misa diaria, también era terciaria.

Las siete eran mujeres de la parroquia, cuya vida cristiana era conocida por todos, y también su preocupación por los pobres. Todas tuvieron la misma suerte. Fueron violadas y mutiladas. Las asesinaron en Venta de la Encina, en el término de Almansa. Como las primeras del Evangelio, sintieron la necesidad de dar testimonio de su fe, sin temor a sus enemigos, dejándonos el testimonio de su amor a Cristo y a la Iglesia, con el derramamiento de su sangre.