+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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27 de septiembre de 2019
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Monasterio Cisterciense Purísima Concepción y San Bernardo Villarrobledo
Al contemplar a Jesucristo, a Ntro. Padre Jesús Nazareno lo descubrimos íntimamente unido a la Cruz, a su cruz. Una cruz que nos hace entender el amor inmenso que Dios Padre nos tiene a cada uno de nosotros hasta el punto de permitir que para nuestra salvación su Hijo Jesucristo, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, pasara por el tormento de la cruz y muriera por nosotros. Jesús acepta voluntariamente y con docilidad la voluntad de Dios Padre, su muerte en la Cruz como el mejor camino para conseguir nuestra redención y salvación. Cristo entrega generosa y totalmente su vida por nosotros muriendo en la cruz para sálvanos y conseguirnos el perdón de Dios y la vida eterna.
El amor de Dios se ha manifestado en Jesucristo, en su vida, pasión, muerte y resurrección. Con qué claridad lo vivió y lo expresó San Pablo al escribir estas palabras: “Me amó y se entregó por mí”. Gracias Señor Jesús por tu amor y misericordia con nosotros.
Al acercarnos en esta noche a Jesús Nazareno de Medinaceli recordamos el itinerario que el mismo Cristo nos propone para alcanzar a ser verdaderos cristianos, verdaderos discípulos suyos. Y este itinerario está compuesto de tres pasos o momentos de decisión en nuestra vida cristiana: negación, cruzy seguimiento. Tres pasos que el mismo Jesucristo nos señala: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24; Mc 8,34; Lc 9,23).
Para seguir a Jesús, para ser su discípulo lo primero es “quererlo, desearlo”: la libertad es lo primero que Jesús propone: “Si alguno quiere venir en pos de mí”. Esta llamada de Cristo, de Jesús Nazareno de Medinaceli, es libre y universal para todos y cada uno de nosotros como sus discípulos, como cristianos. Nosotros podemos contestarle con las mismas palabras con que le respondió el apóstol Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solamente tú tienes palabras de vida eterna” (cf. Jn 7,68).
(Primer paso)
1.- Negación: “El que quiera ser mis discípulas: que se niegue a sí mismo”. El mismo Señor dice que hemos de negarnos a nosotros mismos, que hemos de vivir apoyados en él, en su misericordia y providencia. Pero ¿quién es el que se niega verdaderamente a si mismo? Dice san Gregorio Magno que: “se niega a sí mismo aquel que reforma su mala vida y comienza a ser lo que no era y a dejar de ser lo que era” (Hom. in Ez.).
“Negarse”es morir al hombre viejo, al mundo, alejarse del pecado para salvar el alma, para ganar la vida eterna. Es seguir el camino del Evangelio, el camino de Jesús; es conocer y practicar su doctrina, su Evangelio. Morir a sí mismo es poner en práctica lo que Jesús nos dice: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (Jn 12, 24-25). Llamada constante a la humildad. Rechazo a la soberbia, al egoísmo, a la mentira, al orgullo.
¿Acaso esta tarea nos resulta difícil? El amor hace fácil lo que parece difícil. Dice San Agustín: “Duro y grave parece el mandamiento del Señor de negarse a sí mismo, para quien haya de seguirle; mas nada de cuanto él ordena es duro y pesado, ya que nos ayuda a cumplirlo… En efecto, todo lo duro de los mandamientos lo hace suave el amor del Señor” (Sermo96).
(Segundo paso: la cruz)
2.- Cruz: El que quiera ser mi discípulo que “tome su cruz”. No dice Jesús al que me siga le quitaré la cruz, sino que el que quiera seguirme que la tome consigo porque yo seré su cirineo, yo seré quien le ayude a llevarla, quien daré sentido a su sufrimiento; Cristo tuvo un cirineo humano, sin embargo, nosotros tenemos un cirineo divino, al mismo Jesucristo. Pero para “tomar la cruz”hemos de estar “crucificados con Cristo”, en expresión de san Pablo; hemos de abrazar la cruz,“tomarla”, pero no con resignación que no es un sentimiento propio de un cristiano, sino con fe. Y hay dos modos de llevar la cruz: a rastras o con alegría.
Y, ¿qué es “tomar la cruz”sino aceptar nuestro propio cuerpo como una cruz, con sus sufrimientos y angustias? “Tomar la cruz”es aceptarnos a nosotros mismos tal como somos en realidad, con nuestras virtudes y nuestros fallos.
Tú, que miras con fe a Jesús Nazareno de Medinaceli: Toma la cruz, la tuya, la que el Señor permite que se haga presente en tu vida, la que te manda llevar para que lo sigas; esa misma cruz que has de crucificar y traspasar con los clavos del temor de Dios. No huyas de ella, ámala, abrázala, bésala, gloríate en ella como decía el Apóstol: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal6,14). En ella encontrarás fuerza, paz, gozo y mucho amor.
(Tercer paso: seguimiento e imitación del Maestro, de Jesucristo).
3.- Seguimiento: Si quieres ser mi discípulo: “sígueme”. Los dos primeros pasos anteriores, la negación y la cruz, son necesarios para llegar a este tercero. Y ¿qué es seguir a Cristo? El mismo san Pablo nos ha dejado la respuesta en las palabras que escribe a su discípulo Timoteo: “Intentaen todo momento, y con todos, practicar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna” (1Tim 6,11-12).
Por tanto, el seguimiento lleva consigo incluso a estar dispuesto a dar la vida por Cristo, en el martirio de las ocupaciones de cada día o en el derramamiento de la sangre como testimonio supremo de la fe. Los santos nunca tuvieron miedo a la cruz. San Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia, decía que: Si no estamos preparados para aceptar y acoger la cruz en nuestra vida, no estamos preparados para seguir a Jesucristo, porque nuestro Dios es un “Dios crucificado”.
Entonces,¿será fácil el camino? Jesús mismo nos dice: “No temas, no tengas miedo, yo he vencido al mundo. Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. La misma cruz se convertirá en nuestro apoyo más firme. Además, al igual que en el Calvario, María nuestra Madre y Madre de la Iglesia, la Madre de la Soledad y de los Dolores, nos alienta, nos ayuda y protege, nos anima a perseverar y a luchar. Así se hará realidad la promesa de Jesucristo que se nos ha conservado en el Evangelio de San Mateo: “El que persevere hasta el final se salvará” (Mt 10,22b). El que viva su vida cerca de mí, impregnando su vida de amor y evangelio, se salvará y vivirá eternamente conmigo en el cielo.
Que Jesucristo, Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli nos aumente la fe para conocerle y amarle en profundidad, que fortalezca nuestra esperanza para seguirle e imitarle como auténticos cristianos, y que derrame abundantemente su amor misericordioso sobre todos nosotros, sobre las Religiosas Cistercienses de este Monasterio de la Purísima Concepción y de San Bernardo, de los miembros de su Cofradía, de los fieles de la parroquia de Villarrobledo, y de todos sus devotos, para que todos sepamos llevar como Cristo las cruces que se hagan presentes en nuestra vida, y amar a todos con el amor con que él nos ama, con el amor de Dios.