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7 de abril de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]ablar de Adolfo Chércoles, es hablar de profundidad y de sabiduría. Este jesuita está acompañando a nuestra Diócesis a lo largo de este curso en un ciclo de conferencias sobre las Bienaventuranzas como camino a la felicidad. Reflexiones que vienen a expresar, de una manera sencilla, la experiencia de Jesús, conectando la realidad cotidiana con el Evangelio. Toda una oportunidad para reflexionar, abrir los ojos y el corazón.

Después de llevar más de 30 años hablando sobre las Bienaventuranzas. Desde su experiencia, ¿Cómo las definiría?    
Las Bienaventuranzas son la apuesta de Jesús, y desde ellas nos jugamos nuestro éxito o fracaso. Ahora tenemos lo que nunca habíamos soñado y paradójicamente, ahora nos quejamos más que nunca. Las Bienaventuranzas es una respuesta a una realidad no idealizada, porque no le da la espalda a una realidad que nunca es perfecta. 

¿Son la apuesta de Jesús por la felicidad?    
Pues sí, pero por una felicidad distinta al momento y al presente feliz. Me encanta la traducción “bienaventurados”, que viene del latín venturus, “lo que está por venir”, que mira al futuro. Una felicidad que no tiene futuro, deja de serlo. Bienaventuranza es algo que no se agota en ese momento presente y que luego después te deja vacío. 

¿Las Bienaventuranzas son si­nónimo de felicidad?   
Va más allá, porque la felicidad la ponemos en si estoy bien o no, pero estamos llamados a ser bienaventura­dos sin darle la espalda a una realidad en la que, a lo mejor, en ese momento, no es del todo completa o no puede de­finirse como feliz. 

¿Y qué realidades son esas?   
El hambre, el dolor, la pobreza, la miseria, las trampas que tenemos con la imagen… todo aquello va desenmascarando las trampas que tenemos en la vida. Nadie quiere ser un desgraciado y, sin embargo, por desgracia, hay mu­chos desgraciados en la vida. Algo raro pasa aquí. Las Bienaventuranzas nos descubren las raíces y las trampas que tenemos cerca y que impiden que, pese a estar llamados a ser bienaventurados, no vivamos atemorizados. 

¿Hay alguna Bienaventuran­za que sea central?
Cada una de las Bienaventu­ranzas va posibilitando las otras. Todas están conectadas.

¿Y qué las conecta?
La fraternidad, que sería el Reino de los Cielos. Hay un único Rey que es Dios de todos, y aquí no hay nadie que se imponga sobre los otros. Si no caemos en la codicia, estamos posibilitando la fraternidad. Pero si yo me llevo lo que los demás necesi­tan, ¿cómo se van a poder sentir her­manos míos? Aquí no podemos seguir hablando de Bien­aventuranzas, por­que estoy yo en el centro y soy yo el único referente. En la medida en la que el centro no sea “el yo tener más”, puedo posibilitar la fra­ternidad objetiva con los demás y no crear el desequilibrio, el descarte.

¿Y cómo podemos ir hacien­do realidad las Bienaventuranzas en nuestro día a día, en nuestra vida co­tidiana? 
Pues no dándole la espala­da a la realidad. Y usando nuestra inteligencia y nuestra capacidad de decisión, porque somos libres. Muchas veces si­tuamos nuestros logros dependiendo de las oportunidades que hemos tenido y en un contexto ideal. Jesús apuesta por las Bienaventuran­zas habiendo vivido unas circunstan­cias que, en absoluto, fueron ideales, y su vida no tuvo nada de privilegios, nada, nunca. Solo en la medida en que tengamos el valor de no darle la espal­da a la realidad podremos empezar a abrirnos a las Bienaventuranzas.

Y eso lo ha visto también en el ejemplo de personas en dificultad, pero dichosos y felices. 
El Papa en la exhortación apostólica «Evangelii Gaudium» dice que la realidad es más importante que la idea. A nosotros nos encanta mover­nos en la idea, algo que él precisamente convierte en un pecado, el pecado del “habriaqueísmo”, cuando uno va por la vida “habría que hacer esto”, “habría que hacer lo otro”, y todos le aplauden. El problema es qué hacemos con lo que tenemos delante, porque para que se produzcan las trasformaciones tene­mos que remangarnos, renunciar sin titubeos a nuestro propio interés, para que el bien común pueda salir a flote. 

¿Y cuáles son las Bienaven­turanzas que más necesita nuestro mundo?
Pues todas, porque todas tocan problemas que todos tenemos y que no se van a quedar sin respuesta. Somos seres necesitados, necesitamos dinero, y la ausencia total de riqueza es muerte. Al decir bienaventurados los pobres de espíritu, hacemos referencia a quienes piensan que vivir no equivale a acumu­lar. Muchas veces acumulamos cosas que nunca podremos consumir. En el primer mundo es cínico luchar contra la pobreza, porque tenemos que ser más pobres, solo así haremos posible que los demás puedan tener lo necesario. Todas las Bienaventuranzas tocan problemas que conllevan una tram­pa, y si caemos en ella, estamos imposi­bilitando la fraterni­dad, que es la única salida. No debemos olvidar nunca que el Evangelio es una li­beración del en­tontecimiento en el que es­tamos in­mersos.