2 de abril de 2006

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]urante el presente curso académico 2005-2006 no son pocos los problemas que están planteando los alumnos en los Institutos de Enseñanza Secundaria. Dichas situaciones problemáticas van desde la indisciplina, que lleva a comportamientos violentos y agresivos de palabra y de obra, hasta las frustraciones por resultados académicos mal afrontados.

De aquí la urgencia de respuestas al problema educativo, sobre todo en esta edad tan importante para el desarrollo de la personalidad, por parte de las instituciones que sustentan la sociedad, como son la familia y la escuela. Si se dan faltas de indisciplina, civismo y agresividad violenta, «el dejar hacer» supone una falta de compromiso o dejadez grave de responsabilidades. Se llegaría a consecuencias tales como una cultura del «todo vale» y hasta un relativismo absoluto. ¿No se estará perdiendo en los centros educativos la capacidad educativa, si no la instructiva?

Tiene que haber un mínimo de valores, que deben ser respetados siempre y en cualquier circunstancia. No se puede pagar la paz, ni en la escuela ni en la familia, con la neutralidad en valores.

Los derechos humanos han de ser un punto referencial común para una instancia educativa, plural como ha de ser la institución de la escuela. Sin equiparar o confundir lo que es un sistema educativo con un sistema político, por supuesto democrático. Pues a veces da la impresión de que por vivir en democracia, todo ha de ser democrático o democratizable. Y no es así. La familia es jerárquica y la escuela también. Dichas instituciones no son sistemas democráticos, aunque en algunas facetas no sólo no estorba la democracia, sino que hace bien y hay que educar para ello. Pero intentar  convertirlas en meros sistemas democráticos sin distinción alguna sería hacerles perder su sentido y su labor educativa. Y esto no es algo negativo, sino todo lo contrario. Un padre tiene mas valor como padre que como amigo. De los hijos no hay que ser colegas, hay que ser padres, que es lo mas grande que se les puede ofrecer. La autoridad, evitando los extremos del autoritarismo y la permisividad, debe ser clara, abierta, flexible y amistosa. Pero ni en la familia ni en la escuela se puede cambiar el rol de padre y de  educador por un colega o un amigo mas del hijo o del alumno.

El adolescente necesita, ya desde los años anteriores, tener una educación para saber sobre qué puntos de referencia moverse y actuar. Sentirse responsable y culpable supone una noción de lo que está bien y mal. La ausencia de normas, de límites, genera inseguridad. La inseguridad hace  no sentirse bien y pude desembocar en una frustración, que implica no saber como afrontar las situaciones en las que se ve envuelto. Y de la frustración a la agresividad hay un solo paso.

Así pues, tanto la familia como la escuela no deberían temer a dar pautas sobre lo que está bien o mal. Y no dejar la educación de valores en manos del azar, de las circunstancias o de un relativismo a ultranza.

Por eso otra institución educativa como es la Iglesia Católica no deja de reclamar el derecho a la educación desde el hecho religioso, que busca el sentido último de la vida y llega a los sentimientos y emociones básicas propias del ser humano, como son la ternura, la compasión, la empatía… En una palabra, llegar a uno de los pilares fundamentales sobre los que se constituye una personalidad consistente: los sentimientos y las motivaciones, que hagan estudiar y trabajar al adolescente para ser útil a sí mismo y a la sociedad.

Pío Paterna