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25 de mayo de 2007

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Como cada año, el lunes de Pentecostés, un grupo de andarines portarán al Cristo del Sahuco a Peñas. Esta carrera condensa la vida. Es un camino hacia el interior. Este maratón de fe sólo cobra sentido en aquel que llevamos a hombros: a Cristo crucificado que no esta muerto, que vive.

Como la vida misma el camino esta lleno de dificultades, de baches, de fatigas y cansancios. Como la vida misma el camino se llena de gestos fraternos, de manos tendidas, de gritos de aliento. Es la vida misma condensada que nada más que en Cristo cobra sentido. Sólo Él puede dar sentido a tantos porqués, a tantos cansancios, sólo en Él cobran sentido tantos sufrimientos.

El corazón late fuerte a ritmo de las zancadas y las palmas. Cuando ya no queda fuerza escuchamos con lágrimas en los ojos ¡Viva el Cristo! ¡Siga el Cristo! Son gritos que salen de voces desgarradas apenas sin aliento. Los pensamientos en la meta, en las palmas y en la emoción de los cientos de personas que esperan al que cura las heridas y sana los corazones y nosotros vamos con Él. “Ya esta con nosotros”, pensamos los peñeros que llevamos al Cristo. Llevamos con nosotros lo más grande de nuestro pueblo.

La mirada puesta en la cruz. En las madres que sabemos que esperan emocionadas la llegada de sus hijos cansados. Y sin palabras te abrazan y te besan. Y una emoción inmensa inunda el alma. El abrazo del Cristo con la Virgen. La eucaristía llena de nombres de los que nos dejaron, de emociones, de sentimientos. Cuantas expresiones de religiosidad y de amor hacia Aquel que da la vida: Las rejas del Rocío, el camino de Santiago, la Virgen de Cortés y la expresión de mi pueblo de Peñas, el amor a un Cristo que llevamos a hombros y que llevamos en nuestra vida como un sello, como insignia grabada a fuego ¡Viva el Cristo del Sahuco!