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15 de mayo de 2015

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]os obispos de la Comisión Epis­copal Española de Medios de Comunicación, acogen y hacen suya la urgencia del papa Francisco de situar a la familia en el centro de re­flexión de la comunicación. Estos son los puntos principales de su mensaje, con motivo de la Jornada Mundial 2015 de las Comunicaciones Sociales, que celebramos el domigno 17 de mayo.

La Iglesia y la sociedad necesitan familias felices.
El Sínodo ordinario de la fami­lia, convocado para el próximo mes de octubre, supone la oportunidad de comunicar lo que es la familia en su verdad profunda, su vocación de ser encuentro de personas vinculadas por el amor y llamadas a dar vida. En ella se aprende, se comparte, se ama. Además de pertenecer a una familia natural, formada por esposos y padres, hijos y hermanos, somos miembros de la gran familia humana, de la familia de los hijos de Dios y de los hermanos en Cristo. Cada una de ellas nos sitúa en el camino de la felicidad y en la res­ponsabilidad de actuar en la dirección que señaló el papa Francisco en su cuenta de Twitter, de que “la Iglesia y la sociedad necesitan familias felices”. No hay felicidad individual, egoísta, alejada del prójimo. La felicidad del hombre, para ser completa, ha de ser siempre compartida, y el primer lugar en el que se comparte y se comunica es la propia familia.

La responsabilidad que tenemos para favorecer la comunicación en la gran familia humana.
Ser miembros de la gran familia humana es al mismo tiempo un don y una tarea. En la familia se alcanza lo mejor de nuestra propia naturaleza compartida a través de cauces muy va­riados, como los medios de comunica­ción. Estamos llamados a enriquecer la vida de los demás, desde nuestra pro­pia identidad, desde el amor y el res­peto al prójimo, libres de las ataduras que a veces generan lo que los expertos denominan “el ruido” de la comunica­ción: el rumor, la calumnia, la difama­ción o la incitación al odio.

Comunicamos en la familia la pa­ternidad de Dios y la relación posi­ble y necesaria con Él.
También pertenecemos a la fa­milia de los hijos de Dios. La mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da. Una de las prime­ras comunicaciones que recibimos en nuestra familia natural, —confiamos que así haya sido, expresan los obis­pos—, es la de la paternidad de Dios, la relación posible y necesaria con Él, y nuestra pertenencia a un universo reli­gioso que nos trasciende. En la familia se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración.

Comunicar que Dios es amor es fuente de esperanza y motor de mi­sericordia para el hombre y la mu­jer de nuestro tiempo.
El hombre, ser religioso y trascen­dente por naturaleza, está llamado a poner en común, a comunicar, que Dios es amor. Esta es una aportación muy necesaria, especialmente en este tiempo y en esta sociedad.

Los hermanos en Cristo formamos una familia: la Iglesia, para comu­nicar la buena noticia.
Estamos celebrando el V Centena­rio del nacimiento de Teresa de Ávila, su entrega al servicio de la Iglesia y su amor por la Verdad encarnada en Je­sús, y lo hacemos en medio del Año de la Vida Consagrada. Los consagrados contribuyen con su testimonio y mi­sión a la comunicación de la buena noticia del Evangelio. A esta misión —afirman los obispos— queremos in­vitar también a todos los miembros del Pueblo de Dios. Os pedimos que co­muniquéis en el interior de la familia cristiana y en todo el mundo el amor de Dios que se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo.