6 de julio de 2014

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Queridos hermanos y amigos:

Como en años anteriores, en torno a la fiesta de San Cristóbal y al inicio de las vacaciones de verano, desde la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal, dentro de la tarea del Departamento de la Pastoral de la Carretera, os hacemos llegar nuestro saludo afectuoso a todos aquellos cuya vida y actividad están relacionadas con la carretera. Nos dirigimos a los camioneros, taxistas, conductores de autobuses, de autocares, de ambulancias, bomberos, guardia civil, policía de tráfico, cofradías de san Cristóbal, asociaciones de transportistas. Nos dirigimos también a las personas que pasáis cada día buena parte de vuestro tiempo al volante, así como a todas las personas que, para ir al trabajo, tenéis que desplazaros: que la paz y la bendición del Señor estén siempre con vosotros.

«Vemos con alegría, decían ya los obispos españoles ya en el 1968, como también a nivel diocesano se va organizando este apostolado de la carretera y cómo son muchos los sacerdotes y seglares que comparten con nosotros la preocupación y el esfuerzo para poner a Cristo en todos los caminos de los hombres»[1].

«Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos» es el lema que hemos elegido para la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico de este año 2014, y que lleva por subtítulo una bella frase de san Juan de Ávila: «Trátalo bien, que es Hijo de buena Madre».

El lema lo hemos tomado del evangelio de san Lucas y hace referencia al camino que hizo Jesús con dos de sus discípulos en la tarde misma del primer día de Pascua. «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos» (Lc 24, 15). Ellos comentaban la Pasión y Muerte del Señor; pero ya no esperaban su Resurrección y se alejaban de Jerusalén. Jesús, por el camino, les explica las Escrituras. Al llegar a la posada, los discípulos le invitan a quedarse con ellos. Jesús accede y, sentados a la mesa para cenar, toma el pan, lo bendice y se lo da. Los dos discípulos que, ya por el camino habían sentido el ardor de la palabra de Jesús, lo reconocieron, al partir el pan, creyeron que había resucitado y vivía y volvieron aprisa a Jerusalén a comunicar a los demás discípulos esta gozosa experiencia (cf. Lc 24, 13-35).

Os invitamos a veros reflejados en este episodio del camino de Emaús. Todos pasamos parte de  la vida en el camino; vosotros, más en la carretera. Como los dos de Emaús, en su camino de ida, podemos pasar por momentos de desánimo, de tristeza, de honda preocupación, de falta de esperanza de huida; o de mal humor. En ese camino otros nos alcanzan o los alcanzamos, o nos cruzamos con otros que van o vienen. Es interesante preguntarnos cómo los vemos y cómo los tratamos. Frente al comportamiento, a veces agresivo, otras competitivo y, en la mayoría de los casos, indiferente, se impone la acogida, la cordialidad, la escucha, el diálogo, la ayuda mutua, el aprender los unos de los otros. Ser conscientes de que nadie puede sernos indiferente y menos enemigo o rival. Que de todos podemos aprender algo y que a todos podemos serles útiles en el camino.

A los dos de Emaús, su gesto de acogida del caminante, su diálogo y la escucha de la palabra del otro, completado después con el compartir la mesa y con el regalo  del peregrino de bendecirles y repartirles el pan, les supuso  un cambio radical en sus vidas para bien, para la recuperación de la alegría, de la fe y de la esperanza, y la decisión de asumir el compromiso de hacer partícipes a otros de su gozosa experiencia

Esta posibilidad de que el camino o la carretera nos sirva de medio de transformación de nuestra vida, de nuestro estado de ánimo, de nuestros comportamientos o modales, está siempre en nuestra mano, en la medida en que sepamos adoptar con los demás comportamientos parecidos a los dos de Emaús con el caminante desconocido: acogida, escucha, diálogo, actitud de aprender, invitación a compartir mesa y techo, si el otro lo necesita.

Los creyentes tenemos, además, una obligación especial de adoptar estos comportamientos con el hermano en camino por tres razones: porque el Señor así lo hizo y lo sigue haciendo, porque Él se identifica con todo caminante o peregrino necesitado y porque nos ha mandado hacerlo como Él lo hizo y hace.

Cualquier circunstancia de nuestra vida, también la carretera, el coche, el autobús, el trabajo profesional ligado a la carretera, también el accidente sufrido o vivido como testigo, es lugar de encuentro con el Señor: «Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos» (Lc 24, 15).

Hay días, como sucede en el episodio evangélico aludido, en los que necesitamos encontrarnos con alguien a quien contar nuestras penas y preocupaciones. Necesitamos a alguien que nos escuche y que nos diga una palabra de aliento; a alguien que dé sentido a nuestras lágrimas y fracasos. Necesitamos también compartir con alguien las experiencias gozosas que hemos tenido por el camino, en el trabajo o en el hogar.

El papa Francisco nos invita «a cada cristiano, en cualquier lugar o situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda»[2].

Hacer el camino con Jesús nos lleva a aceptar a los otros como hermanos. Por eso, cuando nos ponemos al volante, debemos respetar a los demás conductores y tratar a los demás como yo quiero que me respeten y traten. Mejor aún, como el Señor me trata a mí. No puedo olvidar las normas de cortesía, y menos la caridad para con el prójimo, solo porque voy al volante.

Todos podemos, en un determinado momento, cometer alguna infracción, pero eso no me tiene que autorizar a insultar al otro. «Este es mi mandamiento —dice el Señor—: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 1).

San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, nos explica cómo es ese amor, que vale también para la carretera: «El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuenta del mal (…). Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13, 4-7).

¿Cuántas veces, ante una maniobra de otro conductor, que nos ha parecido inexacta, le hemos llenado de improperios, más o menos groseros? Recordemos las palabras del Señor: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7).

Todos estamos obligados a hacer un buen uso de la carretera y cumplir las normas de circulación. Su incumplimiento conlleva una sanción. Pero puede tener también consecuencias morales, a veces graves, cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha seguido daño a otras personas o bienes[3].

Dejémonos acompañar por el Señor como amigo y maestro, en nuestro camino; escuchemos su palabra, acojamos su don. Cambiarán nuestra vida y nuestro comportamiento con cuantos nos encontremos en el camino.

Tenemos que alegrarnos y felicitarnos todos por el gran descenso de accidentes y víctimas mortales que estamos viviendo en los últimos años: 1.128 muertos en el año 2013, que lo convierte en el de más baja siniestralidad desde 1960, cuando se empezaron a contabilizar los accidentes de tráfico. Pero una sola vida humana que se pierda por un accidente es siempre importante. Cada muerto en nuestras carreteras no es una cifra, es una persona con nombre y apellidos, padres, esposos, hijos, y deja en su entorno mucho dolor y un gran vacío. No podemos bajar la guardia. Durante la Semana Santa de este año 2014, 35 personas perdieron la vida en accidentes de circulación, 11 más que el año pasado, además de los heridos graves. Seamos prudentes y responsables de nuestra vida y de la vida de los demás.

Así se expresaba el papa Francisco el pasado noviembre: «Hoy es la “Jornada de las víctimas de la carretera”. Aseguro mi oración y aliento a proseguir en el compromiso de la prevención, porque la prudencia y el respeto de las normas son la primera forma de la protección de uno mismo y de los demás»[4].

A todos los que vivís vinculados a la carretera, por profesión, por oficio, por necesidad o por razones de descanso, ocio o turismo, os tenemos muy presentes en nuestra oración y os encomendamos a la protección de la santísima Virgen María, tan cercana y familiar en las diversas advocaciones de vuestro lugar de origen, de destino o residencia, y a san Cristóbal.

Con nuestro afecto y bendición,

✠ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones

✠ José Sánchez González
Responsable del Departamento de la Pastoral de la Carretera

 


[1] Espíritu cristiano y tráfico. Exhortación episcopal de los obispos españoles (1968), n. 9.

[2] Francisco, Evangelii gaudium, n. 3.

[3] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2269.

[4] Francisco, Ángelus (17.XI.2013).