27 de febrero de 2013
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Hoy, día 3, se celebra en España la Jornada del Día de Hispanoamérica. Fue el año 1959 cuando los obispos españoles propusieron a las comunidades cristianas la conveniencia de dedicar una Jornada para contemplar la Iglesia en América. Motivos históricos, sociales, políticos y económicos lo justificaban. Pero estas razones se quedan muy alicortas ante la urgente necesidad de cooperar con aquellas Iglesias jóvenes que iniciaban una intensa peregrinación en el desarrollo y crecimiento interno.
Dos años antes, Pío XII en la Encíclica Fidei donum, había pedido en la Iglesia universal un esfuerzo de cooperación con las Iglesias nacientes en otros continentes, especialmente en África. Y hubo una respuesta generosa por parte de las Iglesias del viejo continente. España no iba a la zaga, porque el envío de misioneros al continente americano había sido y continuaba siéndolo muy generoso. También con el envío de sacerdotes diocesanos.
Esta iniciativa ha promovido innumerables ejemplos de solidaridad con el envío de miles de misioneros e incalculables bienes económicos. No es el momento de hacer balance, pero sí de rendir reconocimiento a aquellos misioneros que han dado la vida en este empeño, incluso en algunos casos hasta el martirio. Su testimonio de vida y su silencio escondido siguen siendo estímulo para seguir su rastro, que no es otro que el del Maestro.
Los frutos no se han hecho esperar. El crecimiento de la Iglesia católica en América ha sido espectacular. En términos relativos, en los últimos 25/30 años el aumento ha sido más del 50%. Crecimiento cuantitativo, pero también cualitativo, de manera que estamos comprobando cómo algunas de estas Iglesias, donde han cristalizado vocaciones sacerdotales o a la vida consagrada, están abriendo sus puertas y enviando misioneros nativos a otros continentes. También a España. Es verdad que estas Iglesias siguen teniendo grandes dificultades, como nos recuerda con frecuencia la Delegación de Misiones. Es igualmente cierto que hay muchos territorios de misión en el continente americano que están necesitados de nuevos refuerzos misioneros, pero ello no puede impedir dar gracias a Dios, porque la semilla esparcida ha dado su fruto.