13 de octubre de 2024

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Francisco Javier Plá García (Albacete, 1963) se ordenó sacerdote diocesano en 1989. Desde entonces ha sido misionero en Guatemala y Nicaragua, y actualmente se encuentra en Perú. Durante su visita a Albacete, donde ha pasado unos días con familiares y amigos, hemos tenido la oportunidad de conversar con él antes de su regreso al Vicariato Apostólico de San José del Amazonas (Perú). En esta entrevista, nos habla sobre su misión en la Amazonía peruana y la inminente Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND), que se celebrará el próximo domingo. 20 de octubre.

Fco. Javier, has venido a Albacete a ver a la familia, a disfrutar de la amistad. ¿Cómo ha ido?
Muy bien, sí, sí. He disfrutado mucho de la familia, de los amigos. He estado en mis anteriores destinos: Villarrobledo, Villamalea y Cenizate. Siempre es bueno pasar unos días con la familia y no desconectar de nuestras raíces. Estuve en el concierto de Rozalén y hay una canción muy bonita que hizo a un sobrino suyo, que dice algo así: ‘Riega tus raíces, porque si no sabes de dónde vienes, no sabes a dónde vas.’ Pues yo he venido a regar mis raíces, que son manchegas, aunque el árbol me ha llevado a otros mundos. Estoy contento.

Llevas un año en Perú. ¿En qué zona te encuentras?
Estoy en un río que hace frontera con Colombia, en plena Amazonía. Formo parte de un equipo del Instituto Español de Misiones Extranjeras. El primer año siempre es para conocer el lugar, porque hasta que no entiendes un poco cómo funcionan las cosas, no puedes hacer una aportación significativa.
Para nosotros ha sido una realidad un poco difícil, ya que la parroquia es el propio río, allí no hay calles ni carreteras. Es un río de 800 kilómetros, con comunidades muy pequeñas y lejanas, pertenecientes a 9 etnias distintas de la Amazonía, aunque hablan español. Aún hay comunidades que no han tenido contacto con los españoles desde la llegada hace años.
Nos hemos ido familiarizando y uniéndonos al trabajo que ya existente. Es un vicariato en el que llevan años trabajando misioneros, religiosas, sacerdotes y, en su mayoría, laicos. A veces aquí nos quejamos de la falta de sacerdotes, y sí, en estos lugares hay muy pocos, pero, aun así, las parroquias funcionan.

Estamos en este Sínodo universal de la Iglesia, pero también hubo un Sínodo de la Amazonía. Nos comentabas que vuestra realidad tiene mucho que ver con esto, ¿no?
Claro, sí. Ese Sínodo concluyó con una exhortación del Papa Francisco llamada Querida Amazonía. Allí, la sinodalidad no es algo extraño ni algo que parezca quitarle el puesto a nadie, sino más bien un camino natural para la Iglesia. En mi parroquia, el responsable del puesto de misión es un laico que lleva años a cargo. Los sacerdotes y las dos religiosas colaboramos, ya que hay un internado para jóvenes que en sus comunidades solo tienen primaria, por lo que deben ir allí para hacer secundaria. También hay laicos, y juntos, de manera sinodal planteamos las situaciones y la tarea evangelizadora, muy guiados por esa exhortación del Papa.

¿Qué propone el Papa en esta exhortación?          
El Papa propone cuatro sueños en Querida Amazonía: un sueño social, que aborda toda la problemática de estos territorios, especialmente en zonas fronterizas; un sueño cultural, ya que estas etnias han mantenido la Amazonía intacta durante siglos, en contraste con la mentalidad que hemos traído ahora; un sueño ecológico, para proteger este entorno único; y un sueño eclesial, para que la Iglesia sea consciente de estos desafíos y presente a Jesucristo como la esperanza para todas estas situaciones, una esperanza que va más allá de lo histórico, ofreciendo una esperanza plena para este mundo y para siempre.

Como misionero, ¿cómo te sientes en la misión de Perú?
La verdad es que me siento bien. El vicariato, en cuanto tal, es un equipo de misioneros que, por el tipo de misión, es muy acogedor, cercano y alegre, incluso en medio de situaciones que no son alegres, de cómo se vive y de lo que se espera y no se alcanza. Estoy en la parroquia de San Antonio del Estrecho, donde las religiosas y los laicos me han acogido con mucho cariño. Desde mi ministerio estoy tratando de hacer mi aportación a esta tarea evangelizadora.

Estamos en octubre, mes del DOMUND. El lema de este año nos invita a todos al banquete. ¿Cómo podemos hacer presente esa invitación en nuestro día a día?
Creo que lo primero es tener claro que ese banquete que Dios propone es para todos y todas. La misión siempre nos enseña a quitar prejuicios y muros; es un medio para crear puentes con personas muy distintas. En nuestra sociedad se habla mucho hoy del tema de la polarización. Desde esa actitud, es imposible construir el Reino o una sociedad en armonía.
Estos lugares nos señalan el camino misionero que tiene la Iglesia: crear puentes entre las personas, entre distintas culturas e incluso religiones. El Papa estuvo en Indonesia hablando del diálogo interreligioso. Creo que la sed de vida, de esperanza y de trascendencia está presente en todas las culturas y en todas las personas; eso es lo esencial de la vida. Sin embargo, si nos desviamos hacia otros extremos y temas para enfrentarnos, no nos permite avanzar; al contrario, retrocedemos.
El Domund nos está llamando a esto: la misión de la Iglesia es unir. En todos los sectores, hay cosas comunes, las más importantes, que son las que deben unirnos. Tenemos aquí una gran misión y debemos aprender que la misión es de todos los bautizados. En todas las parroquias hay un grupo grande, pero hay un sacerdote que solo puede estar presente durante un tiempo limitado, lo cual no puede ser un obstáculo para la misión. Ahora yo he salido un mes y, aun así, han seguido teniendo celebración los domingos.