25 de julio de 2012
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Natural de Barrax, Pedro Jesús Arenas se inició como misionero de manera casi casual tras asistir a cursar Bachillerato a un seminario en Alba de Tormes, Salamanca, donde le fue surgiendo una inquietud a la que, posteriormente, se dedicaría en cuerpo y alma. En el año 92 realizó su primera profesión con el Sagrado Corazón de Jesús y, tras estudiar teología y enfermería, en enero del 2003 partió a Ecuador como diácono. Regresó al Barrax el año siguiente, momento en que fue ordenado sacerdote y, desde el 2004, estuvo en la costa del Pacífico hasta hace dos años, cuando se estableció en la provincia de Pichincha, en Quito.
– ¿Cuál es la realidad de la población ecuatoriana con convive?
– Es una región muy populosa, de gente sencilla pero muy amplica, con cerca de 45.000 habitantes, la mayoría de los cuales migran del interior del país en busca de una mejor forma de vida. La mayoría de ellos viven con unos servicios mínimos muy limitados. La situación aúna un alto índice de violencia, delincuencia, pandillas juveniles, problemas de drogas y alcohol… En lo que a las familias se refiere, las situaciones son complicadas, con familia usualmente monoparentales. En general, los trabajos allí son muy pesados y con muy bajos salarios. Y el asentismo escolar está a la orden del día. Además, últimamente nos preocupa mucho el índice de suicidios de gente joven.
– ¿En qué consiste su labor?
– Soy párroco en Pichincha, Quito. Tratamos de dar respuesta, con distintos programas, a la situación social que nos encontramos allí. Por ejemplo, desde hace diez años contamos con un centro de día para los ancianos, pues viven en unas pésimas condiciones, a menudo en los patios de las casas de los hijos, donde se les construyen unas pequeñas casas. También hemos puesto en marcha un sistema de apadrinamiento del que se benefician 250 niños, lo que supone 250 familias; aprovechamos para hacer muchas cosas con ellos: talleres de autoestima, instruirlos en valores… Con un sistema de microcréditos buscamos la manera de que se crezca a nivel comunitario y a un tiempo. En cuanto a los jóvenes, siempre apostamos por tratar de ofrecerles nuevos horizontes de esperanza y vida; aquí pueden encontrar apoyo escolar, acompañamiento personal si así lo desean…
– ¿Ha notado alguna evolución en Ecuador?
– He visto un país que ha crecido. En los últimos diez años ha contado con un total de 8 presidentes distintos. Desde el 2008 parece que el actual presidente ha acercado la estabilidad, aunque asusta que se convierta en hegemonía política. Se han notado avances en programas de educación, sanidad y valores. También ha recuperado el poder del petróleo, pero en este gesto a mí me preocupa el hecho de que se haya hipotecado la riqueza del país en un futuro pues, posiblemente, el petróleo de los próximos diez años ya está vendido.
– Regresa a España cada dos años, ¿cuáles son esas diferencias que más le han marcado?
– Se trata de dos realidades distintas. Vengo cada dos años y veo como conceptos como la familia o la juventud aquí van cambiando. En este viaje, me llamó la atención la situación de crisis que atraviesa España, pero allí esta situación es una constante. Temo que nuestra sociedad se encierre, sin abrirse a otros problemas, y lo que tiene que entender es que no es lo mismo ser pobre aquí que serlo en Ecuador. Pese a la crisis, no podemos olvidar que hay gente a la que la crisis le supone sobrevivir o no.
– ¿Qué se puede hacer desde los países más desarrollados?
– Hay cosas muy básicas que todos sabemos en cuanto a colaboración se refiere. Pero lo esencial es que la respuesta ha de ser de actitud, de vida, y no caer en la indiferencia ante el mal ajeno.