12 de febrero de 2012
|
227
Visitas: 227
Este año Manos Unidas para hacer el lanzamiento de la Campaña y la animación por parroquias y colegios contó con el testimonio de Cristina Antolín, Religiosa Dominica, que además es médico.
– ¿Algún dato más de presentación?
– Soy de Orihuela. Estoy trabajando en África como misionera y médico. Llevo ya veintisiete años en esta tarea, mis primeros en el Congo y ahora en un barrio suburbial de Yaundé, capital de Camerún.
– Ha venido a Albacete con qué misión
– Manos Unidas me ha invitado a animar la campaña de este año que lleva como lema: “La salud, derecho de todos: ¡actúa!”. Tal vez al ser profesional de la sanidad, han pensado que yo podría hablar de todo esto.
– ¿Qué experiencias tienes de la colaboración de Manos Unidas en tus años de misionera?
– He trabajado en dos grandes proyectos de Manos Unidas. Uno fue en el Congo: había que llevar a la gente agua potable. Fue un gran trabajo abrir cañerías, desagües. En una palabra, conseguir que la gente tuviera agua limpia, ya que por una parte las aguas no potables, así como los residuos de las aguas sucias, son un foco de enferme-dades.
El proyecto en el que trabajo ahora en Yaundé es un gran hospital, en el que tratamos a más de novecientos enfermos, en su mayoría, de sida. Esta enfermedad, por otra parte creciente, conlleva muchos cuidados médicos y de atención psicológica para ayudarles a vivir con dignidad.
– Esto quiere decir que el dinero de Manos Unidas llega ¿no es así?
– ¡Claro que llega! El que no llega es el que no se da. El proyecto del Congo tuvo un montante de sesenta mil euros, y el actual será de unos cien mil euros para dos años. Nosotros hacemos lo posible para que este dinero se aproveche al máximo por eso defendemos hasta el último céntimo para que llegue a cubrir todas las necesidades.
– ¿Cómo surgió tu vocación?
– Yo era alumna de un colegio de mi congregación. Tenía quince años cuando vi unas diapositivas sobre las misiones. Tanto me impactó todo aquello que tuve como un flechazo de enamo-ramiento que pedía una decisión: «Yo quiero ser misionera». A los diecisiete años entré como postulante. Como yo tenía pre-viamente un deseo firme de ser médico, en la congregación pude unir ambas vocaciones. Hice medicina siendo religiosa. Y ahora como religiosa y como médico me encuentro en África, para servir al reino de Jesús.
– Estar en África, un lugar para llorar, para reír… ¿Cuáles han sido los momentos de mayor gozo o de mayor tristeza en tu andadura por África?
– Momentos de llorar de alegría: cuando estás acompañando a un enfermo terminal. Cuando la ciencia ya no puede hacer nada, tú sigues al lado del enfermo para darle ánimo, esperanza, cariño y te coge la mano para decirte: “Tú eres Dios para mi”.
Llorar de rabia, de impotencia: cuando un niño te llega tarde, con una anemia que es irremediable, ya no puedes cogerle una venita para inyectarle suero y el niño muere en tus brazos. En situaciones normales esto no debería haber ocurrido, pero estamos en África.
– ¿Que nos dirías los que vivimos en este primer mundo?
– Que aunque estemos en crisis y la gente se queja, no nos volvamos ciegos ante tantas cosas como tenemos. Lo que importa es saber compartir con los que son infinitamente más pobres que nosotros. Debemos estar dispuestos a dar parte de nuestra vida, con nuestra generosidad podemos salvar a muchos.
– Aquí hay jóvenes de Camerún, que a causa de la crisis están viviendo unas condiciones durísimas, ¿tú qué les dirías?
– A los que están aquí les diría que si pueden vuelvan. Aquí están perdiendo el alma africana, están perdiendo los valores tan humanos como tienen. Allá pueden vivir con más calor de familia, el deseo de tener hijos, todo lo contrario de lo que aquí sucede. A los que sueñan por venir, que no vengan, al menos en estas circunstancias, el dinero fácil no se encuentra. Lo que hace falta es ayudarles desde aquí a que tengan proyectos de desarrollo en su tierra.