5 de noviembre de 2006
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Tras su conversión a la fe cristiana (Navidad de 1933) Guillermo Rovirosa se siente llamado al apostolado obrero.
Busca formarse para ello, pero la sociología católica que le presentan le decepciona totalmente al no verla enraizada en el Evangelio. Será en plena guerra civil cuando descubra el esplendor de la fe en Jesús y su mensaje iluminando la problemática social. Él nos cuenta: «La guerra española fue una sacudida que me hizo descender de las cumbres y me enterró en las catacumbas. Aquello fue maravilloso; y algunos que estábamos en Madrid pudimos vivir los esplendores de los primeros cristianos en Roma. Nunca daré bastante gracias a Dios por aquellas experiencias inefables de cristianismo».
Alude al hecho de las misas clandestinas que diariamente se celebraban en su casa, a la responsabilidad y convivencia con los trabajadores de su empresa y al hallazgo casual, al evacuar su residencia hacia el interior de Madrid, del sótano donde estaban amontonados los libros de «Fomento Social», de los jesuitas; se propuso ordenar esa amplia biblioteca y empezó a interesarse al entrar en contacto con el pensamiento de Pío XI y de otros autores, de tal modo que durante dos años fue profundizando en la Doctrina Social de la Iglesia, entendida como exigencia de Comunión, y se entusiasmó con su planteamiento:
«Fue mi segunda conversión, y representa con la primera un conjunto armonioso. La primera me hizo encontrarme a mi mismo en Cristo; la segunda me hizo sumergirme en el Cuerpo Místico. Los aspectos personal y social se complementaban el uno al otro. (…) Terminada la guerra yo ofrecí mi vida al Señor para quemarla en el fuego de su servicio; me puse en manos de su Providencia para no rehusarle nada, pidiéndole cada mañana que me dijera lo que quería hacer de mí.»
En coherencia con ello, la experiencia de la prisión -en 1939 es condenado a seis años y un día por su condición de presidente del comité obrero de su empresa, de los que cumple uno- la vive como una gracia de Dios: se pone al servicio de sus compañeros, especialmente de los más abandonados y enfermos, experimenta la tragedia de la condición obrera y de la militancia obrera, y ve con claridad lo que debe ser y lo que no debe ser el apostolado obrero.
En 1940 se incorpora a la Acción Católica en la parroquia de S. Marcos y más tarde al Consejo Diocesano de los Hombres de A.C. como vocal social. Su trabajo apostólico en este tiempo lo realiza en el Secretariado Social de este Consejo y en el Barrio de las Latas, en Vallecas, movido por el ideal que se ha ido abriendo camino en su corazón: «devolver a Cristo a los pobres, al mundo obrera»
TESTIMONIOS
«Rovirosa fue un gigante. La Biblia compara al justo a la palmera. Así me represento a Rovirosa, como una palmera; rectilíneo, sin hojarasca, sin engaño, de una pieza, desafiando tempestades, con la cabeza siempre erguida. (…) El Señor lo marcó con la inconfundible señal de los escogidos. Contradicción, incomprensión, humillación, impotencia física. ¡Qué hombre gigante fue en todo sentido! Como siempre sucede, ahora harán justicia a sus méritos. Fue un innovador, un precursor. Terminarán por incoar su proceso de beatificación. Por mi parte no rezo por él, sino que le rezo a él y le imploro protección. Hará milagros».