Manuel de Diego Martín

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1 de abril de 2006

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A veces vienen inmigrantes sur-americanos a pedir un servicio religioso, y poco menos que empiezan preguntando cuánto tienen que pagar. Hay que explicarles que en nuestra diócesis, desde hace ya muchos años no hay aranceles, es decir los servicios religiosos son enteramente gratuitos. Son decisiones tomadas después del Concilio que nos parecen tienen un aire más evangélico.

Naturalmente a renglón seguido les dices que aunque la Iglesia no cobre esos servicios, está muy bien y es propio de un buen cristiano, saber ofrecer algo, dar algún donativo para la ayuda de la Iglesia y de los pobres. Esta gente suelen ser generosos y a veces dan más de lo que pueden. La verdad es que por más evangélico que uno quiera ser, te quedas mal cuando después de haber invertido un tiempo, haber tenido gastos de fotocopia, limpieza, luz, megafonía, para que todo esté muy bien y a punto, ves gentes (no los inmigrantes) que están muy bien económicamente, que se gastan un pastón en el banquete posterior, pero que se marchan de la Iglesia sin ofrecer un euro. Te dices para tus adentros “qué cara más dura tienen” Luego te consuelas diciendo: “ea, pobrecillos, si no dan más de si, allá su conciencia”.

Como el egoísmo y la insensibilidad en muchos va in crescendo, no faltan hoy voces de los que dicen que habría que volver a aquello de los aranceles. La boda vale tanto, el bautismo tanto, la primera comunión tanto, y si no pagas, no hay servicios religioso. Esto es una tentación mal con que el demonio tienta a algunos. Las cosas están muy bien como están.

Pues hay cosas que si se hacen voluntarias, se convierten en hermosísimas, en sublimes. Por el contrario si son obligatorias se convierten en mercancía a precio fijo, se vuelven ridículas, antievangélicas o ilegales. Hago esta reflexión pensando en el escándalo que ha surgido en Cataluña con el tema de las cuotas que los funcionarios de Ezquerra Republicana tienen que pagar al partido si quieren conservar el puesto. Uno piensa que el funcionario está ahí para funcionar, para hacer bien su trabajo. Y el que haya un funcionario u otro depende de la competencia en el cargo. No se pueden vender u comprar los cargos de funcionario.

Si ese funcionario, agradecido, puesto que el partido ha sido bueno con él, quiere dejar una parte de su sueldo tanto mejor. Pero cuando esto se hace por obligación, por coacción y si no, te quito el puesto, estamos corrompiendo todo el sistema. Nosotros queremos que España sea un estado de derecho donde no puedan suceder cosas como estas. Tampoco queremos que esto ocurra en Cataluña. Lo malo es que ya no sabemos lo que es esta región que de chicos aprendimos que era una parte de España que limitaba con Francia y con el mar Mediterráneo.