Pablo Bermejo

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5 de mayo de 2007

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Hace 11 años la videoconsola más difundida entre los hogares españoles era nada menos que la SuperNintendo 16 bits, el Cerebro de la Bestia. Aunque ya quedaba poco para que apareciera otra ola nueva de consolas, en esos momentos todas las revistas de videojuegos dedicaban gran parte a los juegos de SuperNintendo. Aparecieron las primeras tiendas de alquiler de juegos; en concreto, había una por cuyo escaparate pasaba todos los viernes por la tarde. Yo siempre miraba un juego nuevo que nunca estaba libre, ya habían pasado dos meses desde que llegó a la tienda y aún no me había hecho con él.

Un viernes de mayo por la tarde había quedado con mi amigo Javi para dar una vuelta y jugar en su mesa de ping-pong que estaba dentro de la tienda de sus padres. Pero antes se nos ocurrió pasar por la tienda de alquiler de juegos… y ahí estaba: el DragonBall Z 2, sin la etiqueta de alquilado. Me emocioné tanto que dejé a mi amigo hablando a medio y entré corriendo en la tienda. Yo no tenía dinero y le pedí al dependiente que por favor me lo guardara un rato mientras iba a mi casa a por dinero y volvía. Cuando salimos a la calle Javi me intentó convencer de que no le dejara colgado, pero mi mente estaba embotellada y era incapaz de cualquier empatía. Recuerdo una frase que ahora me hace mucha gracia: “Javi, tú no lo entiendes, es una oportunidad única”. Y le dejé allí solo, mientras yo andaba medio corriendo a mi casa por dinero.

Todo el fin de semana jugué con mi hermana pequeña y varios amigos vinieron a mi casa a jugar, pero Javi no pues a él no le gustaban los juegos. Once años después, todavía guardo cubiertos de polvo la vieja consola y también ese mismo juego, pues lo acabé comprando más tarde.

Cuando pasaron unos días de aquello, pensé en lo que había hecho y me sentí avergonzado. Realmente, no fue por dejar a mi amigo solo en la calle sino porque ese acto me hizo descubrir una debilidad en mí. En efecto, en mis años de instituto, mientras aparecían mejores consolas y mejores juegos de ordenador, hubo muchas ocasiones en las que no estudiaba y suspendía exámenes, o me mandaban ejercicios y no los hacía. Yo no me olvidaba de mis deberes, sino que me hundía en mis videojuegos. Luego, cuando ya me había cansado del juego, me sentía muy culpable de nuevo y no entendía cómo podía ser tan débil. Por suerte, tuve una buena educación y tomé la decisión de aceptar mi debilidad.

Así que lo que hice fue rechazar cualquier juego, cualquier ofrecimiento o invitación a jugar a la consola de cualquier amigo. Ahora con la perspectiva del tiempo veo cómo desde ese momento mi vida social aumentó, junto a mis notas. Además, puedo jugar un rato a algún juego pero en seguida lo dejo pues siento que estoy perdiendo el tiempo. Pero, sin duda, de lo que más orgullo estoy es de haber sido capaz en mi adolescencia de descubrir que todos tenemos debilidades, y que esas debilidades se pueden superar.