Manuel de Diego Martín

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7 de julio de 2007

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Estos Días hemos leído esto en los periódicos como gran notición “Zapatero se compromete a pagar a las familias 2.500 euros por cada nuevo niño”.

A primera vista la decisión gubernamental no puede por menos que se aplaudida con todo fervor. ¿Será esto un gran revulsivo para que en nuestro país la natalidad no se hunda en los abismos y nos quedemos en el furgón de cola de toda Europa en esto de tener niños? Ciertamente un pueblo sin niños es un pueblo sin futuro.

Pero luego analizas la noticia y te entra una gran preocupación en el alma. ¿Podrá llegar el momento en que alguna criatura sea engendrada solamente porque han puesto sobre la mesa 2.500 euros para él?

Tengo unos amigos que trabajan en un hospital en la sección de prematuros. Muchas veces hemos comentado el espanto que les produce cuando llegan papás de lo más irresponsables, drogatas, ludópatas, gente que no ha madurado en la vida, pero que tienen la capacidad de procrear. Y ante estos casos límite se preguntan si a tales no habría que hacer algo por castrarles. ¡Pobres criaturas, pobres niños que traen al mundo!

¿Será posible que estos pobres tipos, irresponsables hasta la médula, ante la oferta de los 2500 euros se lancen a tener chiquillos? Luego vendrá quien los cuide, pero el estropicio está hecho y el sufrimiento consiguiente servido.

Lo que el Gobierno pretende es bueno, pero para que lo sea de verdad es necesario contar antes con unos presupuestos:

Hay que procurar unas políticas sociales que hagan posible el tener niños, como la vivienda, un trabajo estable…Hacer lo posible para que la vida familiar y laboral vayan en armonía.

Si estos presupuestos se dan, buenísimos estos euros. De lo contrario son un regalo envenenado. Eso de empujar a tener niños sin saber por qué ni para qué, simplemente porque hay una oferta que hay que aprovechar, esto no es de recibo. Es como al que le regalan un coche, luego ni tiene carnet, ni sabe conducir, ni medios para echar combustible. Y el coche se pudre en la calle. Es mucho más grave que haya niños que se pudran en la calle de la infelicidad.