Manuel de Diego Martín

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22 de septiembre de 2007

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Este año hemos celebrado los cuarenta años de la aparición de esa magnífica en cíclica de Pablo VI titulada “Populorum Progressio” Nos hacía comprender el Papa cómo el progreso de los pueblos, de todos los pueblos, era la condición indispensable para conseguir una paz duradera en el mundo. El acuñó aquel celebre eslogan:”El nuevo nombre de la paz es la justicia”. Estaba claro en el pensamiento del pontífice que sin justicia no es posible la paz.

Recuerdo cómo en sus páginas hacía el papa Montini una fuerte llamada a evitar todos los nacionalismos exacerbados. No entendía yo en aquel entonces qué podría significar todo aquello. Ahora muchos hechos socio-políticos me lo están haciendo comprender.

Creo que es un nacionalismo exacerbado todo lo que está sucediendo en Cataluña. Me lo hacían ver unas gentes de mi pueblo con los que me he encontrado este verano. Hace cincuenta años emigraron de su pueblo buscando un futuro mejor en Barcelona. Creo que han vivido durante muchos años contentos en aquella tierra, y se han labrado un futuro. Con sus ahorros han arreglado las cosas viejas de sus padres, o se han construido otras nuevas. Un buen hombre se sinceraba conmigo diciendo que no le gustaba el sesgo que van tomando las cosas por allá y lo mejor tal vez iba a ser quedarse en el pueblo todo el año.

Claro que no les puede gustar a los castellanos viejos que sus nietos en el recreo no puedan hablar español que es la lengua de todos, si así lo desean. No les puede gustar que allá sean amenazados de muerte a líderes políticos que no sean como ellos “nacionalistas exacerbados”.

No les puede gustar que quemen fotografías del Rey o esté prohibido el izar la bandera española cuando es la bandera constitucional, la bandera de todos. No les puede gustar que ellos, abandonando la estepa castellana y que se fueron en plena juventud a trabajar a Cataluña, dejando allá el sudor y sus fuerzas para engrandecer a Cataluña, mientras la Vieja Castilla se quedaba sin brazos, sumida en sus austera pobreza, ahora venga un buen señor, muy importante por lo que representa y el cargo que ostenta, a decirnos que Cataluña está sufriendo un expolio, un genocidio por parte de España, ¿por parte de los castellanos viejos, de los extremeños, de los andaluces? me pregunto. ¡Qué sarcasmo! Qué dirían nuestros amigos bolivianos o ecuatorianos que vienen a buscarse la vida y se dejan la piel entre nosotros por sobrevivir, mientras en España se crea riqueza, si un día sale un ilustre español denunciando el genocidio que Ecuador o Bolivia están haciendo con España. ¡Señor, mío, qué cosas hay que oír!

Me preguntaba hace cuarenta años qué podía significar en la encíclica “Populorum Progressiio” aquello de lo nefasto que era eso de los nacionalismos exacerbados. Ahora lo entiendo perfectamente. Me doy cuenta del mal que pueden hacer y lo difícil que vuelven la convivencia entre los pueblos.