Manuel de Diego Martín
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29 de marzo de 2008
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Hay un pensamiento de Hill Gates que lo expresa diciendo que muchos desperdician la salud para ganar dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud. Este pensamiento me ayuda a mí a reflexionar sobre lo que está pasando entre nosotros, tal como lo oímos en las noticias estos días, con la política lingüística que se está dando en algunas autonomías. Estamos viendo cómo se están gastando energías y dineros públicos para eliminar el castellano de sus territorios y un día tendrán que seguir gastando más dinero y más energía para poder recuperar esta preciosa y universal lengua.
A mí siempre me ha costado entender los fervores de algunas comunidades por hablar y escribir sólo su propia lengua, ninguneando hasta el desprecio la lengua de la nación española, que a su vez es lengua oficial de otras naciones. Y me cuesta entenderlo por la siguiente razón. Estuve diez años en África como misionero. Si me preguntáis cuál fue el problema número uno como misionero, os tendré que decir que no fue la comida, (a veces qué cosas teníamos que comer) ni beber el agua sucia de los pozos, ni el dormir en la estera, ni los calores con sus salpullidos, ni los mosquitos de la noche. El problema número uno fue la lengua. No poder entenderte, sufrir tanto, hasta llorar de rabia, para aprender la lengua de los nativos y nunca llegar a entenderla del todo.
En un territorio como la provincia de Albacete había cuatro lenguas diferentes. Ya hacíamos suficiente esfuerzo para aprender una. Nunca dejaré de admirar el heroísmo, el coraje de aquellos padres blancos, misioneros de toda la vida, que aprendían hasta tres lenguas diferentes. Menos mal que teníamos el francés para entendernos con algunos. Por eso los africanos te decían: qué suerte, qué dicha, qué envidia saber francés. Qué buena es esa lengua de los blancos que te sirve para ir a la capital, a Costa de Marfil y al Togo, y entendernos con todos. De tal manera que cuando aprendían el francés, casi preferían hablar siempre esa lengua, porque era la que servía para entenderse con todos, no la suya que se quedaba tan pequeña.
Y aquí vemos el desprecio que hay hacia el castellano, la lengua que hablan tantos millones de hombres. Ea, pues instauremos la política de los africanos, cada trocito de tierra, una lengua diferente, y así progresaremos de verdad. Vamos a conseguir por ley decreto que cada tribu hable sólo su propia lengua, ya sea el vasco, el gallego o el catalán. Ellos sabrán lo que se hacen, si las intrigas y los intereses políticos dejan que lo sepan.