Manuel de Diego Martín
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14 de junio de 2008
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Cuando de seminarista estudié la doctrina social de la Iglesia, una de las cosas que me quedaron claras, era el derecho a la huelga que tienen los trabajadores cuando se han agotado todas las posibilidades de diálogo y concierto entre las partes.
También me quedó claro el derecho y el deber que tienen los poderes públicos para asegurar unos servicios mínimos, no para reventar la huelga, sino para evitar males mayores que puedan hacer mucho daño a la sociedad; pongamos el ejemplo de los servicios mínimos necesarios en los hospitales para salvar vidas. Este es un tema muy delicado ya que es muy difícil saber hasta dónde pueden llegar estos servicios mínimos.
Estos días con la huelga de los transportistas cobra el debate toda su virulencia. Yo creo que todo trabajador tiene derecho a la huelga, y si piensa en su conciencia que tiene que ir a ella, pues muy bien. Pero si hay enfrente gentes que piensan que no deben ir ¿tienen derecho los primeros a apalear, vejar, herir, incluso matar a estos segundos? Decididamente no.
En aquí en cuestión los piquetes de huelga, a veces llamados “informativos”, pero que no es raro que terminen dando leña a cuantos no entren a secundar sus proyectos. Yo creo que el que sienta que pide una cosa justa, que lo haga con todas sus fuerzas, pero que deje hacer al otro lo que crea que tiene que hacer en conciencia. En esto radica el respeto ciudadano y toda posible convivencia. Lo otro es instaurar la ley de la selva.
Toda huelga es el resultado de un fracaso. Mejor dicho es el resultado de un cúmulo de fracasos juntos. El primer lugar, es fruto de nuestro vivir consumistas, individualista, insolidario, donde cada uno va a lo suyo, sin pensar en los demás, hasta que la situación se hace insostenible y revientan las cosas. Ante este reventón todos tenemos que entonar el mea culpa.
Es también un fracaso del Gobierno que no pudo, no supo, o no quiso preveer la tormenta que se avecinaba y prefirió seguir la política del avestruz. Dicen que este gran pájaro, cuanto más arrecia la tormenta, más esconde la cabeza bajo el ala, aquí no pasa nada, y lo importante es resistir. Tal vez nuestro gobierno vive la ilusión de que pasará la borrasca y vendrán días más apacibles, sin sufrir muchos desgaste.
Yo creo que ante la huelga, más que crear piquetes de extorsión que hacen la vida imposible, a gentes que no tienen que ver con el tema, éste que pierde el vuelo de avión, el otro que no puede llegar a la consulta médica concertada, el tercero que se encuentra con un follón que no esperaba; lo mejor sería crear comités de ayuda y solidaridad con los huelguistas, para que todos aquellos que sientan su causa justa, les ayuden a ser fuertes y a seguir gritando. Este grito a la larga se hace insoportable para el poder. Y si llega un momento en que la huelga pierde apoyos, pues a saber perder y esperar tiempos mejores para reiniciar la lucha.
Hacer que triunfe la justicia apaleando a aquel que no este de acuerdo conmigo en esta causa, por más justa que sea, es cometer de por sí una injusticia. Así no vamos a ninguna parte.