Pablo Bermejo

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24 de enero de 2009

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Han llegado las rebajas, más publicitadas que nunca, y muchas personas acuden a comprar lo que presumiblemente necesitaban y se habían esperado a comprar. A mí personalmente me encanta vestir barato y a la moda, pero reconozco que me agobio mucho al entrar en las tiendas y tener que buscar y probarme ropa; así que más aún en estas fechas. Por eso le pedí a un amigo que me acompañase y así por lo menos no agobiarme con tanta ropa tirada sobre las mesas de las tiendas. Antes de nada tomamos un café en el centro y luego fuimos a la primera tienda que eligió él, una bastante cara donde no me suelo atrever a comprar nada. Finalmente me compré un jersey y mi amigo una camisa, para luego ir a uno de los nuevos outlets que han abierto en Albacete. Estos son tiendas donde se vende ropa de otra temporada o que tienen alguna mala costura. Encontramos ofertas muy buenas así que ahí también compramos algo. En particular mi amigo se compró un par de zapatos y, a la salida, cuál fue mi sorpresa cuando le vi meter los zapatos dentro de la bolsa de la primera tienda, la más cara. Le pregunté al respecto y me dijo que no le gustaba que la gente viera dónde compraba…

Al día siguiente, al ir a misa, me ocurrió otro caso que me llamó la atención. Al entrar a la parroquia hay siempre mendigos (que no pobres, como dice el párroco) que te mantienen abierta la puerta para que pases y muy educados te saludan y te tratan de señor/a. No sólo escuché sonar un teléfono móvil con un tono MP3 que indica que el móvil de uno de ellos no es nada malo, sino que el tono era uno de los anunciados en un programa de cotilleo famoso en televisión al que hay que mandar un mensaje o dos para que te den el tono (unos 4 euros, vamos). Además, mi novia me cuenta que varias veces al salir de misa, cuando la gente no da dinero el mendigo tan amable que sujeta la puerta, ha escuchado que éste murmulla palabras como: capullo o me cago en tu padre.

Y, la tercera apariencia que quería comentar, nos afecta a muchos de los que vamos a misa los domingos, a mí el primero. Desde adolescente me he fijado que las personas, conforme van entrando en la parroquia antes de que comience la misa, se van sentando primero en los bancos vacíos. Si hay 1 persona en una punta ya no se sientan en él. Luego, cuando en todos los bancos hay 1 persona al menos, entonces ya comienzan a repetir banco, pero sentándose en el otro extremo. Luego, cuando ya no hay remedio, nos sentamos junto a otras personas. Es algo que se puede entender pero, aún así, a mí no me gusta seguir ese instinto cuando lo que voy a hacer es escuchar misa y, a mitad de la ceremonia, darme amistosamente la paz con gente a la que parecía estar evitando.

Estamos rodeados de apariencias, de rostros proyectados que no necesariamente indican lo que hay en el interior de la persona. No es trabajo nuestro desenmascarar esos rostros, bastante tenemos con nosotros mismos y las máscaras que nos ponemos por la mañana al levantarnos, o que un día nos pusimos y no somos capaces de quitarnos. Es tarea nuestra ser conscientes del rostro que damos al exterior y saber si es que el que deseamos. Normalmente, creo que es más sencillo ser feliz cuanta mayor es la armonía entre nuestro interior y el rostro que proyectamos.

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