Manuel de Diego Martín
|
13 de marzo de 2010
|
141
Visitas: 141
Hace unos días, mientras escuchaba una tertulia televisiva, se estaba haciendo una encuesta sobre si los amigos de Zapatero están orquestando una cierta persecución contra la Iglesia católica, y una gran mayoría decía que sí. A renglón seguido una periódico superamigo titulaba a toda plana, que la Iglesia estaba expoliando muchos bienes a los pueblos. Para acabar de arreglarlo. ¡Qué obsesión hay en muchos de querer ver las cosas al revés! Es claro como la luz del día, al menos para el que no quiera estar ciego, que hay infinidad de bienes inmuebles en los pueblos que hoy no son un montón de escombros, porque la Iglesia, es decir las comunidades religiosas, las comunidades parroquiales y sus sacerdotes han luchado a través de los siglos para que sigan de pie. ¿Estos bienes no son del pueblo, no los disfruta el pueblo? ¿Son acaso de los hombres, si los hubiera, de Marte?
Ayer mismo, en mi cargo de Vicario de Vida consagrada, visité a la comunidad de religiosas de Nerpio. Por esa carretera que va por Sege y Yetas, entre socavones que las nuevas obras han producido y que ahora han abandonado porque se acabó el presupuesto, creí que no llegaba nunca. Allí viven tres religiosas, Eloísa, Julia y María Luisa. Son de León, Pamplona y Oviedo respectivamente ¿Qué se les ha perdido allí, qué hacen estas mujeres, allá en el fin del mundo, tan lejos de sus familias, tan lejos de su tierra?
Están ahí porque son religiosas de la Iglesia católica. Porque su carisma, su vocación es encarnarse, es decir, meterse entre las gentes más pobres, en los lugares más perdidos. Están ahí para ayudar al desarrollo humano y cristiano de las gentes. Están ahí porque han apostado por eso que se llama “desarrollo integral” de las personas, que tanto preconizan nuestros últimos Papas.
Pude constatar en nuestro encuentro, la labor tan hermosa que llevan adelante entre las gentes de Nerpio: estar al lado con un seguimiento constante con los enfermos, con los niños, visitar y hacer celebraciones en las aldeas, participar en todas las asociaciones ciudadanas, apoyar todo lo que haga de Nerpio un pueblo mejor. Pude ver también cómo las quiere la gente. Hay mujercitas que dicen, “pero Uds. no se irán nunca de aquí” ¿Y cuánto ganan por su trabajo? Nada, viven con sencillez y pobreza con la jubilación de alguna de ellas y con donativos. Y tan contentas, porque ellas vienen a darlo todo, a cambio de nada. Y esto ¿por qué? Porque son religiosas, porque son la Iglesia de Jesús.
Al ver todo esto y luego leer algunos editoriales, no puedo por menos que sentir una tremenda indignación. ¡Qué villanía, querer hacer ver a la gente que los miembros de la Iglesia son los que viven de los privilegios y expolian a los pueblos! A estos, si estuviera en mi mano, los cogería de los pelos del cogote y los pondría en medio de la plaza de Nerpio para que vean. Que vean, si es que lo pobres por su feroz laicismo, aún pueden ver algo.