Manuel de Diego Martín
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10 de abril de 2010
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El Domingo de Ramos tuve el honor de presidir la Procesión y la Eucaristía en el pueblo de Letur. Me dio mucha alegría ver a un montón de niños y niñas vestidos de hebreos abriendo el desfile procesional y blandiendo sus ramos mientras cantaban con toda la gente: “Hosanna al que viene en nombre del Señor”. Después los chiquillos al empezar la Misa se quedaron haciendo guardia de honor alrededor del Presbiterio, ¡qué gozosa guardia de honor!
La procesión de Ramos quiere recordar aquel histórico hecho que nos cuentan los evangelios, en que los niños y jóvenes, fueron los primeros en encaramarse en los árboles para cortar ramas y aclamar a Jesús. Estos chiquillos me hicieron recordar también aquella liturgia de mis años de seminarista cuando la Schola Cantorum entonaba en gregoriano el solemne “Pueri hebreorum” que resonaba en toda la colina y allá también iban muchachos vestidos de hebreos.
Decía yo a los niños en la homilía: ¡Cómo le gusta a Jesús que los niños estén aquí, cerca de Él! Muchas veces Jesús repetía aquello de que dejasen a los niños acercarse a Él, y también pedía que nadie, por nada del mundo, hiciera daño a un niño, pues lo iba a pagar muy caro. Les recordaba a los chicos, que aunque se hicieran mayores, nunca dejasen de estar cerca de Jesús.
Estos días hemos vivido con una profunda consternación la noticia de que una niña ha sido asesinada por otra. ¡Qué horror! Todas las tertulias radiofónicas y televisivas se emplean a fondo en analizar este terrible suceso, buscando sus incomprensibles causas. Y no terminan de enumerar las mil y una causas: hoy no se educa en valores, la vida no tiene ningún valor, el trabajo de los padres hace que no se ocupen de sus chiquillos, las redes informáticas les permite beber todos los posible venenos, hay un tremendo acoso en las aulas, los profesores no tienen ninguna autoridad y así no pueden educar… y un montón de causas más. Me hizo pensar mucho, y creo que lleva razón, la causa que presentaba un tertuliano que decía que una de las más determinantes de llegar a estas atrocidades, radica en querer enterrar el hecho cristiano, pretender que los niños y los mayores crezcamos sin Dios, sin religión, sin límites morales. Y añadía, si no hay límites morales, nadie podrá poner freno a esta enfermedad de violencia que duerme en las conciencias, ni aunque consigamos poner en pie la mejor Ley del Menor.
Vuelvo al principio, hagamos todo lo posible para que nuestros niños crezcan cerca de Jesús. Si llegamos a despertar en su conciencia que Jesús es su amigo y que ellos deben ser amigos de Jesús, llegarán a comprender que deben ser también amigos de todos los niños del mundo. Y si esta conciencia crece más y más, será muy difícil encontrar asesinos entre ellos.