Manuel de Diego Martín
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10 de diciembre de 2011
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En el Génesis leemos que Dios, después de crear el mundo, descansó el séptimo día. Para el pueblo judío quedó el sábado como el día del descanso, pero sobre todo, como el día de alabanza al Dios creador. Además del sábado los judíos empezaron a celebrar otras fiestas que recordaban los grandes hechos de su historia, como la liberación de Egipto, la entrada en la tierra prometida, o la consagración del Templo.
El calendario cristiano recoge la tradición judía. Pero, en vez del sábado, será el domingo que recuerda la resurrección del Señor. Y después se fueron añadiendo otras fiestas como la celebración de los misterios de Semana Santa o Navidad. A estas se sumaron celebraciones en honor la Virgen María para recordar los grandes misterios de la fe cristiana. Así pues, estas fiestas servían no sólo para el descanso del cuerpo, sino sobre todo para reavivar la vida familiar y su pertenencia a la comunidad cristiana.
Ahora en estos tiempos de crisis y de recortes, vemos que también hay que meter la tijera en las fiestas para evitar esos largos puentes que son una ruina en la economía. ¿Por dónde cortar? Somos conscientes de lo que dice la Constitución de que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Por tanto los poderes públicos podrían deshacerse de todas las fiestas religiosas. Podrían suprimir la Navidad y la Semana Santa. Pero también dice la Carta Magna que se debe respetar la libertad religiosa y por tanto hay que tener muy en cuenta el bien común de los ciudadanos.
Así pues, ya que el ser humano necesita para vivir de las fiestas, no sería una buena política que a gentes que vienen de una tradición cristiana, se les quitasen las fiestas religiosas y se inventasen otras como las de la nieve, el carnaval, el tomate o la vendimia. Lo importante es entenderse y encontrar el mejor lugar para ellas. Las fiestas de la Ascensión y el Corpus ya encontraron su día. En muchos pueblos desde un dialogo entre Ayuntamientos y Parroquias se ha decidido celebrar las fiestas patronales el fin de semana más próximo para que todos sus hijos puedan participar en ellas.
Dialogando Iglesia y Estado pueden ver todo lo mejor que se puede hacer con nuestras fiestas. Naturalmente no es viable celebrar el Viernes Santo un lunes o el domingo de Resurrección en un viernes, cada cosa en su sitio. Tampoco sería razonable acabar con las fiestas de Navidad de tan entrañable arraigo en la tradición cristiana. Con la mejor voluntad de todos es posible entenderse.