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11 de agosto de 2012

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La primera lectura del libro de los Reyes nos narra la travesía del profeta Elías por el desierto, en dónde el desánimo le hace desear la muerte: “Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres”.

A todos nos llegan momentos en que los problemas nos golpean. ¿Quién no ha pasado por temporadas malas? ¿Quién camina sin horas oscuras? Situaciones que nos llenan de preocupación, fracasos que no esperábamos… Otras veces es la gente la que nos falla, y entonces viene la inquietud, las preguntas, las dudas, el sinsentido…

Levántate, come. Son las palabras que recibe el profeta de parte de Dios. Hemos de aprender a ser fuertes, no es que seamos insensibles a lo que ocurre a nuestro alrededor sino ser capaces de caminar heridos, de creer aunque estemos agitados, de amar aunque nos encontremos vacios. No es más fuerte quien no llora, o quien no tiembla, o quien no vacila. Es fuerte quien está dispuesto a arriesgarse, quien se atreve a remar contracorriente, quien se confía en las manos de Dios.

Dios es nuestro alimento, nuestro compañero de camino que una y otra vez nos susurra al oído: “Sigue adelante”.

Las lecturas de este domingo tienen un “tono eucarístico”, hay continuas referencias a comer, pan, fuerza, camino… En medio de la vida, quizás cansados y exhaustos, encontramos un remanso de paz en donde alimentarnos. El profeta Elías, al despertar, encuentra un pan cocido que le ayuda a seguir caminando, que le da fuerzas para llegar al monte de Dios, la meta de su camino. En la Eucaristía el alimento es Cristo, “el pan vivo bajado del cielo”, Jesús es el pan que da la vida y la fuerza. Cada semana los cristianos encontramos en esta mesa común ese “pan” que Jesús nos da para el camino, que es Él mismo.

En este tiempo de verano, donde aprieta el calor, y hay más tiempo quizás, para el silencio y la oración debemos preguntarnos si nos dejamos guiar por Dios. Cuando organizamos nuestra vida de espaldas a Dios es fácil que aflore el cansancio, la rutina, el desánimo… La indiferencia hace que vayamos arrinconando a Dios en algún lugar olvidado de nuestra vida. A veces el ruido y la autosuficiencia nos impiden descubrir su presencia callada en medio de nosotros. Sin Dios en el corazón quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. Se nos nubla el entendimiento para saber distinguir lo esencial de lo que es poco importante. Y entonces aparece la inquietud, la inseguridad, la oscuridad…

Dejemos que Jesús sea nuestro Pan de vida que ha bajado del cielo. Que sea nuestra referencia para vivir y que nos guíe en nuestro camino. Que sea la luz en los momentos de oscuridad y cansancio, de esperanza ante la falta de aliento. Mirémosle a Él, que infunda ilusión en nuestras vidas. Que en medio de nuestras prisas e impaciencias, nos dé el sosiego y la paz para dejar que su Palabra alumbre nuestro camino.

No perdamos la ocasión de acudir a alimentarnos a la Eucaristía, a la doble mesa del pan y de la palabra. Dios prepara cada semana una fiesta para todos sus hijos, pues a todos los quiere ver sentados junto a él, disfrutando de su compañía. Es una invitación, no una imposición.

Hoy son muchos los que rechazan o más bien “pasan” de cualquier invitación de Dios. Les basta con responderse así mismos ante sí mismos. Sin ser conscientes de que tal vez viven una existencia “solitaria”, encerrados en ellos mismos. La Eucaristía es ese espacio donde se facilita la experiencia de la escucha, de la invitación de parte del Señor para alimentarnos de Él mismo, “el pan vivo bajado del cielo”.  

La Eucaristía no termina cuando dejamos la iglesia, sino que quien se acerca a ella se compromete a vivir como Cristo. Hemos sido “marcados” como nos dice el apóstol. Llevar a la vida lo celebrado es vivir de Cristo: siendo “buenos, comprensivos, perdonándonos unos a otros”. Son las recomendaciones del apóstol san Pablo en la segunda lectura, “imitadores de Dios”, que gran responsabilidad el alimentarse de Cristo, que gran tarea la de seguirle.

Ignacio Requena Tomás
Párroco de Elche de la Sierra