Fco. Javier Avilés Jiménez

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29 de diciembre de 2012

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No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).
[Benedicto XVI, Porta Fidei 3]

Sabe el Papa motivar, a pesar de que sus análisis no son muy alentadores, al Pueblo de Dios para que vea más futuro del que aparece a simple vista. Y su fuente de ánimo, ilusión y esperanza es la firme convicción de que las raíces de nuestra fe conectan con algo saludable en grado sumo. Por ello mismo, tiene sólidas razones para invitarnos a ofrecerlo, a compartirlo, a evangelizar. Gran conocedor de la filosofía occidental moderna, sabe de las limitaciones e insuficiencias de humanismo a que nos ha conducido una modernidad cuyo progreso no era integral. Por eso parte el Papa Ratzinger de una previsión certera: hay necesidad de sentido y verdad, de esperanza y fundamento. Esta sed puede poner al hombre de hoy en camino de encontrar a Jesús como fuente de vida auténtica.

Pero, entre los riesgos de insipidez para la fe cristiana está el de no poner en primer lugar lo esencial: que Dios y sólo Él puede saciar esa necesidad de fundamento y destino. Por desgracia, a veces nuestras discusiones internas, eclesiales, sobre si son churras o merinas, han eclipsado esa verdad primera que es la que hemos de ofrecer en su justo punto, como oferta de salvación, de plenitud. La verdad de que, Dios es amor y, como dice un teólogo español, sólo puede amar, nada menos que amar.