+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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26 de enero de 2013
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Lucas es un cristiano de la segunda generación. Al igual que nosotros, él, a pesar de estar tan próximo a los acontecimientos, no tuvo la suerte de conocer físicamente a Jesús. Sabe que otros, antes que él, han asumido la noble empresa de componer el relato de los hechos que “entre nosotros se han cumplido”. Ahora, después de indagar cuidadosamente, se propone transmitir al lector aquello “que ha recibido de los que fueron testigos oculares. Para que conozcas la solidez de las enseñanzas recibidas”.
Pero veamos qué nos cuenta Lucas. “En aquel tiempo Jesús volvió de Galilea con la fuerza del Espíritu Santo; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos se admiraban”. Cómo les impresionó a los discípulos ver a Jesús en una permanente relación con el Espíritu, palpar, casi, aquel soplo del Padre Dios que alentaba en su vida…
No empieza enseñando en Jerusalén, la ciudad del templo, de los reyes y de los pontífices, sino en un rincón lejano y olvidado: “laGalilea de los gentiles” como entonces decían con desprecio.
Un sábado vino a Nazaret, la aldea donde se había criado. Como era su costumbre los sábados, entró en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Encontró el pasaje del profeta Isaías donde está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para proclamar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, para dar vista a los ciegos. Para liberar a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.
Acabada la lectura se permitió hacer una homilía. La más breve y la más verdadera jamás pronunciada: “Hoy, entre vosotros, se cumple esta Escritura que acabáis de escuchar”. Lucas utiliza doce veces en su Evangelio ese solemne y misterioso “hoy”, como si se hubieran detenido todos los relojes. ¿Sigue siendo realidad ese “hoy” de Jesús en medio de nosotros? ¿Le seguimos experimentando como nuestro Salvador?, ¿lo siguen experimentando los pobres como buena noticia para su vida?
Es verdad que Jesús no ha abierto todas las prisiones, no ha dado vista a todos los ciegos, no ha curado a todos los enfermos ni ha quitado de nuestro planeta todas las opresiones ¿Será una promesa vana, engañosa? En Jesús, en su persona y en los signos que hacía, se manifestaba que el Reino de Dios estaba presente y operante. En él se revelaba la fuerza del amor, la única fuerza capaz de cambiar el mundo, porque es la única fuerza capaz de cambiar el corazón del hombre. Cuantos se acercaron a él con fe tuvieron la dicha de experimentarlo.
Que sea realidad hoy, depende de nuestra respuesta, de quienes le seguimos y prolongamos su misión. Dios siempre cuenta con la colaboración libre del hombre.
“Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para firmar un solo cuerpo” nos recuerda san Pablo. ¿Nos damos cuenta de que cada cristiano podría decir lo mismo que Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido (en el bautismo y en la confirmación), me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…”?. En Jesús se hizo realidad lo que anunciaba. Se ha hecho realidad y se sigue haciendo allí donde hay cristianos ungidos, conducidos y alentados por el Espíritu. A lo largo de los dos mil siglos de cristianismo, ayer y hoy, no han cesado de surgir obras admirables de misericordia que han sido alegría para los pobres. ¡Tantas obras y tantas personas que se han entregado en cuerpo y alma a curar, a enseñar, a dar de comer, a llevar la Buena Noticia a los demás! Otras veces han sido voces proféticas las que se han levantado denunciando injusticias y opresiones. ¿Se cumple hoy en nosotros, ungidos, como Jesús, por el Espíritu, la palabra que hemos proclamado?