Manuel de Diego Martín
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12 de octubre de 2013
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El lunes pasado se cumplía el primer aniversario en el que el Papa Benedicto XVI proclamase Doctor de la Iglesia universal a S. Juan de Ávila, un manchego para la eternidad, nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500.
Ya conocemos todos que S. Juan de Ávila fue un gran santo, un maestro, un gran predicador, un evangelizador de raza. Pero lo que es singular en su vida es que con su palabra y la gracia del Espíritu tocó en lo más profundo de la conciencia a muchos grandes de su época. A algunos les hizo cambiar totalmente de vida, es el caso de S. Juan de Dios y S. Francisco de Borja. Otros santos encontraron en él las mejores luces, tales como son Santa Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, S. Pedro de Alcántara, S. Luis de Ribera, S. Juan Bautista de la Concepción para llevar adelante grandes reformas en sus congregaciones.
Hoy quiero dedicar este punto de vista a la jornada que el lunes pasado vivimos unos trescientos sacerdotes, llegados de las cinco diócesis de Castilla la Mancha , junto con nuestros Obispos, en el mismo pueblo de Almodóvar del Campo, cuna de S Juan de Ávila.
Para nosotros fue muy sugestivo peregrinar por los diferentes lugares de este pueblo. En primer lugar la casa en la que nació. Nunca olvidaré aquella cueva en la que en sus primeros años juveniles paso Juan tantas horas de oración, con el deseo de descubrir lo que Dios quería de él, pues el estudiar leyes en Salamanca no llenaba su corazón. Decidió ser sacerdote que le llevó a la Universidad de Alcalá para hacer sus estudios teológicos. El punto central de nuestra convivencia fue la Eucaristía en la Parroquia de la Asunción en la que Juan celebró la primera misa, rodeado de doce pobres, después de haber repartido todo su gran patrimonio entre los necesitados del pueblo.
¡Cómo explicar en tan poco espacio todo lo que allí vivimos! Los obispos españoles al pedir su doctorado lo calificaron como el Doctor del Amor de Dios. Ciertamente este Santo no tuvo otra palabra en sus labios que hablarnos del amor que Dios nos tiene y en responder a este amor está nuestra felicidad. Por todas partes nos encontrábamos con esta pancarta “gracias por ser sacerote” Nosotros la podemos traducir así: “gracias por habernos dado este sacerdote Juan de Ávila, que nos hace entender cuál es el mensaje que nuestro mundo más necesita” Este mensaje es que tenemos en Dios un Padre que nos ama hasta la locura de entregarnos a su Hijo hasta una muerte de cruz: Buen mensaje para tiempos de orfandad.