Manuel de Diego Martín
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29 de marzo de 2014
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Hace unos meses vivíamos la muerte de Nelson Mandela y todo el despliegue informativo en el mundo entero para alabar y agradecer la obra de concordia y de paz que había llevado este hombre adelante, el que fuera Premio Nóbel de la Paz.
Estos días hemos revivido, salvadas las distancias, a escala nacional un despliegue enfervorizado de multitudes para reconocer y alabar la gran obra de concordia y de paz que llevó adelante Adolfo Suárez con su forma de hacer política para asentar las bases de una posible reconciliación nacional y hacer que España pudiera vivir bajo un régimen democrático.
Me atrevo a decir que Suárez pertenece a esa raza de grandes políticos de inspiración cristiana que asentaron las bases de la nueva Europa después del desastre de la segunda guerra mundial. Entre ellos se encuentra Di Gasperi, cuyo proceso de beatificación está en marcha, Shumann, Konrad Adenauer y otros más… Adolfo nace y crece en una familia cristiana y llegó a ser presidente de la Juventud de Acción Católica de Ávila.
Ha sido elogiado este hombre por la capacidad que tuvo para ver la realidad de la nueva España. Porque vio lo que había, supo juzgar, discernir y descubrir lo que era mejor, no para su grupo, sino para el conjunto de España, buscando el bien común. En tercer lugar, supo tomar decisiones arriesgadas porque las veía necesarias, costasen lo que costasen, a riesgo de perder lo que tenía. Dicen que los dos momentos más grandes para ver la categoría de este hombre fue el momento en que hizo el harakiri a sus Cortes, y en aquel triste suceso del fallido golpe de Estado, cuando los parlamentarios se tiraban por tierra ante la amenaza de las metralletas y él permaneció impávido en su puesto.
De joven aprendió ese método llamado de “revisión de vida” que consiste en ver, juzgar y actuar y llegar así hasta donde su fe y su compromiso cristiano le llevaban. Aprendió este método y lo llevó a cabo con todas sus consecuencias.
Ante una forma de hacer política hoy día, a veces demasiado partidista, sin mirar al conjunto y que sufre un desprestigio total en los sondeos de opinión, la calle, recordando a Suárez, estaba exigiendo para nuestro tiempo otra forma de hacer política. Ojalá este grito sea escuchado para que en todos los políticos prenda la idea de que el motor de toda gestión pública debe ser la búsqueda del bien común y el entendimiento y concordia entre todos. Este es el mejor testamento que nos deja Suárez.