+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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7 de junio de 2014
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En Pentecostés —el día en que los hebreos recordaban los acontecimientos del Sinaí y la entrega de la Ley— descendió el Espíritu sobre el grupo de los discípulos, reunidos en oración, y los trasformó en una comunidad universal y misionera. La Iglesia nace del soplo del Espíritu. En la versión de san Juan la venida del Espíritu empieza en la tarde misma de Pascua.
“Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Los sucesos vividos el Viernes Santo dieron lugar a que se cerraran las puertas de la casa y a que se echaran cerrojos en el alma de los discípulos. La irrupción del Jesús resucitado y el don del Espíritu hicieron que unos hombres muertos de miedo y a la defensiva se llenaran de coraje, se olvidaran de sí y se entregaran en cuerpo y alma a anunciar a Cristo al mundo entero.
“Les mostró las manos llagadas y el costado traspasado”: En nuestra vida y en la de la Iglesia la irrupción pascual se produce, sobre todo, allí donde más vivas están las heridas y más señalados los estigmas de la crucifixión. Allí es posible descubrir la presencia del Espíritu y experimentar el milagro de pasar del temor a la alegría: “Se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. No se trata de una empresa de publicidad bien montada. En el fondo sólo hay una misión, la que arranca del Padre, que es la de Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia.
“Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”. ¡El aliento vital! Es admirable que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el mundo mediante aquello que es expresión de vida, con lo más común y fundamental: la respiración, el aliento. El Espíritu es aliento en el desaliento, sentido en el sin-sentido, fortaleza frente al miedo.
Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia. Es el día en que ésta toma el relevo de Jesús y sale a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: “Yo estaré siempre con vosotros”.
En la narración de Pentecostés, que nos cuento el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu abre a la universalidad y, en la diversidad de lenguas y culturas, hace posible la unidad. “La Iglesia no ha llegado a ser universal y multicultural en el curso de su historia, lo es por su origen de comunidad de creyentes abierta al mundo entero. La Buena Nueva se dirige a toda la creación, no está restringida a un grupo cultural o ciertas razas. Nunca es una Iglesia nacional, siempre es universal…. Tenemos que estar siempre listos para rechazar la tentación de Babel, para poder buscar los caminos que nos permitan vivir Pentecostés. La unidad que buscamos no es la de la uniformidad. Nos inspiramos en la unidad del Dios trino, a la vez uno y distinto, religado esencialmente por el amor” (Kurt Koch).
En Pentecostés se celebra el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Aunque es verdad que existen demasiados cristianos nominales u ocasionales, no es menos cierto que cada vez son más los miembros de nuestra Iglesia que se sienten corresponsables de la misión confiada por Cristo tanto en las tareas intraeclesiales como en el servicio al mundo.
Las distintas asociaciones y movimientos del Apostolado Seglar son un cauce eficaz y acreditado para la formación, para la experiencia cristiana y para la acción. En tales asociaciones y movimientos se concentra ciertamente lo más granado, lo más consciente y lo más vivo de nuestra Iglesia. El apostolado asociado, en general, y la Acción Católica en particular son formas eficaces de participación en la vida y misión de la Iglesia. Los cristianos, asociados, como las gotas de agua que se juntan, se convierten en corrientes vivas de participación y de misión.
Necesitamos más cristianos, niños-jóvenes-adultos, que, en grupos o en pequeñas comunidades vivas, sean levadura y sal para un mundo nuevo. Como lo fueron los discípulos, que, encendida el alma por el fuego de Pentecostés, alumbraron formas nuevas de vivir en medio dela sociedad judía o pagana de su tiempo.