Manuel de Diego Martín

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20 de diciembre de 2014

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Como decía la semana pasada, se me hace muy difícil conservar la esperanza en un mundo tan disparatado y cruel como el que vivimos: ¿Cómo llegar a comprender al loco de Sydney atacando a una cafetería? ¿Cómo explicar el crimen del Pakistan asesinando a ciento cincuenta niños en un colegio? ¿Y los niños del Yemen? ¿Y lo que sucedió hace meses con el secuestro de niñas en Nigeria, obra de los yihadistas del  Boko Haram?

Esto nos hace comprender que necesitamos líderes, dirigentes a nivel mundial, políticos de tan gran raza , tan consecuentes con la dignidad de todo ser humano, que nunca cedan ante intereses políticos particulares y que no den jamás cancha libre a esos monstruos asesinos que campan a veces por sus fueros por las calles.

Hace unos días dejó este mundo una gran mujer, una gran reina, luchadora por convicción por los derechos humanos, por la dignidad del hombre, por el respeto a la vida humana, a toda vida humana. Esto le venía de su profunda piedad y de su gran fe y amor a Dios.

En mi casa natal, en un pequeño pueblo burgalés, en una vieja librería, se encuentra el libro “Historia de un alma” de Teresita del Niño Jesús, dedicado por Fabiola a mi hermana Elvira. ¿Cómo sucedió esto? Corrían los años cincuenta. Mi hermana había terminado el bachillerato y se encontraba en Madrid preparando oposiciones. Para hacer frente a los gastos tenía que buscar algún trabajo. Mira por dónde, unas Religiosas a la hermana mayor de Fabiola, una señora Marquesa, que buscaba una chica de confianza para cuidar de sus niños y darles clases particulares, le recomendaron a mi hermana. Así es como entró en contacto con Fabiola.

Mi hermana en aquel tiempo tenía unos dieciocho años, y Fabiola veinticinco. Y me cuenta mi hermana que le impresionaba cómo rezaba Fabiola el Rosario en familia. Me cuenta de sus visitas con los sobrinos a lugares de pobreza, al colegio de S. Rafael, al Cotolengo, al Barrio del Tío Raimundo, llevando juguetes a los niños pobres… Mi hermana recuerda con mucho cariño aquellas experiencias tan hermosas, donde veía en Fabiola como una gran mujer y una gran cristiana.

Esta mujer llegó a ser la reina de Bélgica casándose con un gran hombre, el rey Balduino. Se dice siempre que donde hay un gran hombre allá suele haber una gran mujer. Aquí se cumplía el dicho. Un momento importante de su historia fue aquel en que el Parlamento belga aprueba la ley del aborto y Balduino, para ser fiel a su conciencia y no firmar tal estropicio dimite, sabiendo que arriesga el perder el trono para siempre. Pero valía más perder la corona que aprobar una ley anti-humana que va contra el hombre y por tanto contra Dios. ¡Qué ejemplo para nuestros políticos que se dicen cristianos, pero que luego por no perder un puñado de votos, son capaces de aprobar cualquier cosa!

Fabiola ha muerto, pero nos deja su gran  recuerdo. Cuando murió Balduino, Fabiola en el funeral de estado, en vez de vestir de negro, se vistió de blanco para afirmar ante todos su fe en la resurrección. Y ahora pidió que en su funeral le cantasen la “Salve Rociera” para mostrar a todos el amor que tenía a la Virgen y que mamó en su tierra, desde que era niña. No en vano le impresionaba a mi hermana ver rezar el Rosario a Fabiola. Así como a Isabel de Castilla, se la conoce como la “Católica”, creo que no sería muy disparatado conocer a Fabiola como la católica por ser una mujer consecuente siempre con su fe hasta el final.