Manuel de Diego Martín

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28 de marzo de 2015

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Los curas cuando tenemos una parroquia grande y además tenemos encomendadas algunas pedanías, nos las vemos y deseamos para que esos pueblos pequeños  puedan tener también misa los domingos. Un día llegué a uno de ellos a las cinco de la tarde. Aparco el coche al lado de la iglesia y oigo cómo una mujer grita a otra: “Chica, ¿por quién es hoy la misa?”. Y la mujer responde: “Por nadie”. Se entiende que la mujer preguntaba si la misa era de funeral por algún vecino, pues a veces no hay más remedio que decir estas misas de difuntos los mismos domingos. Y la mujer contesta: “si no es por nadie, me voy a mi casa”. Me dieron ganas de salir corriendo detrás de ella y decirle: “hoy la misa es por ti. Hoy Jesús ofrece su vida en este pequeño pueblo por ti y todos los tuyos. No te vayas a casa”.

Nos estamos preparando para celebrar la Semana Santa. Para muchos los preparativos consiste en organizar desfiles procesionales, a otros les ocupan las tamboradas, otros aprovechan para organizarse unas pequeñas vacaciones de primavera. Y otros muchos se quedan en sus casas y no preparan nada. Y lo que importa de verdad en estos días es prepararnos a vivir el gran acontecimiento, el gran hecho histórico, momento estelar de la humanidad, en el que recordamos la muerte y resurrección de Jesús.

Ha habido hechos históricos, tan grandes, que cambiaron la marcha de la historia. Podemos recordar la caída del Imperio romano o la de Constantinopla; el descubrimiento de América o el desembarco de Normandía. Otro más reciente, la caída del muro de Berlín. Pero estos hechos quedan fueran de nuestras vidas, cambian la marcha de mundo pero no cambian nuestras existencias, no nos tocan por dentro. En cambio la Muerte y Resurrección de Jesús, cambió la marcha de la Historia, puesto hay un antes y un después en el contar los siglos. Pero además este Hecho singular y único cambia y determina lo que pueden ser  nuestras propias vidas.

De creer esto o no creerlo, depende el ser o no ser de nuestras vidas, vivir una vida de plenitud y de sentido o quedarnos hundidos en la miseria humana. Son célebres aquellas palabras de Hamlet, cuando decís “Ser o no ser. Esta es la cuestión”. Después de la muerte y resurrección de Jesús, los apóstoles predicaban esto: “ A Jesús de Nazaret, al que vosotros crucificasteis colgándolo de un madero, el Padre lo ha resucitado. Ahora la salvación del hombre está en sus manos. Fuera de Él, no hay salvación”. Y las gentes, después de oír estas palabras, preguntaban consternados: “¿Qué tenemos que hacer?”. Y la respuesta era que para salvarse tenían que convertirse, creer en Jesús y ser bautizados en su nombre.

Vamos a prepararnos a vivir de verdad la Semana Santa, que nos hace recordar que en la Muerte y Resurrección de Jesús hemos sido salvados. Por el Bautismo, que recibimos un día, nuestra condición humana desgraciada y pecadora fue trasformada convirtiéndonos en hombres nuevos. Vamos a intentar vivir nuestro Bautismo y vamos a celebrar la Eucaristía, pues en la Misa hacemos memoria de esta salvación que hemos recibido y en ella recibimos el Pan que nos hace vivir esa vida en plenitud.

No olvidemos nunca que Jesús muere en la Cruz por ti, por mí y por todos. Cuando toquen las campanas para convocarnos a celebrar la Eucaristía, no digamos como aquella buena señora, como no es por nadie, me voy a mi casa. Cuando actuamos así, lo que nos perdemos. Jesús muere por todos los que quieran abrir su corazón a la salvación que él nos trae. Y todos sentimos, cada día más, viendo la marcha de la historia, que el hombre necesita salvación.