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12 de septiembre de 2015
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El padre Tomás Spidlik S.J. cuenta una anécdota sobre un sacerdote que, cuando realizaba un viaje por oriente, se le acercaron un chico y una chica, se presentaban como dos periodistas de una radio privada que estaban haciendo un reportaje acerca de la vida en Europa Occidental. Aceptó sus preguntas y las valoró como razonabes. En el momento de la despedida, el sacerdote regaló a la muchacha una medalla con la imagen de Cristo; después de aceptarla, los periodistas realizaron una última pregunta desconcertante: ¿cuántos Cristos hay? El sacerdote, sorprendido, no supo responder la pregunta. Trato de investigar la procedencia de los periodistas y averiguó que eran de una república tártara en la que, aunque habían oído hablar de Cristo, no habían leído nada sobre el tema. Su ignorancia en la materia, evidentemente, no era culpa suya. Sin embargo, esta cuestión introductoria podría ser útil para analizar el espectro de vivencias y respuestas que surgirían al preguntar a los españoles de esta sociedad post-cristiana ¿qué saben de Cristo?
Este domingo, en el corazón del Evangelio de Marcos, Jesús formula a sus discípulos una pregunta, sin duda, central: ¿Quién dice la gente que soy yo? La pregunta conserva toda su actualidad y vigencia para los cristianos y para los que buscan a Dios. Los cristianos llamados a evangelizar debemos también preguntarnos qué piensan de Jesús las gentes de nuestros días, ¿Quién dice la gente que soy yo? Muchos lo ignoran o intentan silenciar su presencia, algunos lo consideran un recuerdo del pasado, una parte de la historia superada por el Hombre-Dios y otros, un revolucionario o un gurú espiritual, maestro o profeta. Como los contemporáneos de Jesús, los hombres de nuestro tiempo seguimos pasando a su lado sin comprender su misterio.
Si diseñáramos un estudio para estudiar la opinión sobre Cristo, seguramente recogeríamos múltiples opciones:
Algunos afirmarían que Cristo no existió y que los Evangelios son alegorías y narraciones mitológicas. Bajo un punto de vista científico, consideramos esta posición indefendible, aunque creemos que una postura tan negativa y radical sería bastante minoritaria. En general, la gente que subestima la religión guarda hacia la figura de Cristo una peculiar admiración, lo cataloga como una persona que se sacrificó por sus creencias, un soñador y un idealista que pensó establecer el reino de Dios y mejorar la vida y la convivencia de sus conciudadanos. Aunque nunca consiguió sus objetivos, la historia valora la utilidad de la existencia de grandes hombres que amplían nuestros horizontes y elevan nuestra manera de pensar. La gente con este tipo de opiniones admira al que se sacrifica, pero en los otros, sin que realmente les afecte de forma personal.
Sin ánimo de ser exhaustivos, destacamos otro tipo de posiciones, consideradas más auténticas, como la de los escritores rusos Tolstoi y Dostoievski.
Para Tolstoi, Jesucristo no era un quijote o un mero visionario, planteaba un modelo social reformador con un planteamiento definido y real. Las enseñanzas se encuentran desarrolladas y explicadas en el Evangelio. Tolstoi admiraba excesivamente la moral revelada en el evangelio pero no creía en la divinidad de Cristo; para este autor los sacramentos, la Iglesia, la Ascensión y la Resurrección eran pura leyenda.
La percepción de Dostoievski, recogida en su novela “El idiota”, narra la historia de un gobernante que encarna el ideal de Tolstoi. Siempre actúa como enseña el evangelio, perdona a todos, es generoso dándolo todo, etc. Al principio sus conciudadanos se mofan de su comportamiento y, después de cierto tiempo, se va ganando el aprecio general. El desenlace de esta historia desemboca en el engañado y termina con su ingreso en el manicomio. El autor transmite que, sin la ayuda personal de lo “Alto”, sería una locura conocer y actuar según las enseñanzas de Cristo. El hombre puede conocer y actuar sólo si tiene la fuerza de Cristo.
Con humildad, creemos que la mejor respuesta a la pregunta que se ha planteado al principio es la que vamos construyendo cada día dando la vida por él y por nuestros hermanos. Jesús no es una escultura, un personaje de novela, un líder religioso o político; la respuesta a la pregunta ¿Quién es Jesús? sólo la puede abordar y dar testimonio de su resurrección aquel que se haya encontrado con Él, como le sucedió a sus discípulos. Como dice el Papa Francisco Jesús no dijo a Pedro y sus apóstoles ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme!, para conocer a Jesús “nos es necesario un estudio de nociones sino una vida de discípulo”. Conocemos a Jesús como discípulos. Lo conocemos en el encuentro cotidiano con el Señor. Con nuestras victorias y nuestras debilidades. Esto no es suficiente ,porque conocer a Jesús es un don del Padre: es El quien nos hace conocer a Jesús, en realidad es un trabajo del Espíritu Santo ,que es un gran trabajador, trabaja siempre en nosotros; y realiza esta gran labor de explicar el misterio de Jesús y darnos este sentido de Cristo.
Antonio Lizán García
Vicario de La Asunción de Abacete