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26 de septiembre de 2015

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Las lecturas de este domingo, del ciclo B, nos confrontan con una realidad plenamente humana, de hoy y de siempre. Nace de nuestra psicología, que nos lleva, instintivamente, a sentirnos protagonistas principales de la escena que representamos. Dentro de esta representación, tendemos a excluir a aquellos que puedan hacernos cualquier clase de competencia, o de sombra, incluso sabiendo que todos trabajamos por la misma causa… Y es que, desde nuestra perspectiva viciada, lo que importa no es tanto el bien que se haga, sino la persona que lo hace; y ahí, en primera fila, siempre prevalece el ego personal de cada uno.

En la primera lectura (Num. 11,25-29), Moisés recrimina el celo malentendido del joven que quiere impedir que profeticen personas que no han sido bendecidas y elegidas por él mismo Moisés… Y Moisés pronuncia solemnemente la sentencia inequívoca que debería ser el referente de todas nuestras tareas pastorales: “Ojala todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”

En el Evangelio de hoy, (Mc.9, 38-43.45.47-48), la escena se repite: los apóstoles quieren impedir que otros, que no son del grupo de seguidores asiduos de Jesús, realicen las mismas funciones sanadoras que Él les ha confiado… Y Jesús responde a sus apóstoles con la misma contundencia que Moisés a los suyos: “Dejadles, no se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablarmal de mí…”. Y añade: “el que no está contra nosotros está a favor nuestro…”.

La historia es tan vieja como el hombre, y se prolonga hasta en nuestra iglesia de hoy: las celotipias, las envidias disfrazadas y las competencias desleales dentro del seno de la iglesia y de las instituciones eclesiales, llámense congregaciones o comunidades religiosas, parroquias, equipos parroquiales, grupos llamados de compromiso cristiano, de los más diversos signos, por mencionar solo lo más cercano al día a día, no han dejado de ser una realidad que nos interpela. A veces, entre nosotros, parece que hay más distancia que entre instituciones que son ajenas a nuestro proyecto evangelizador… Cierto que hoy, influidos por las nuevas corrientes pastorales y por la figura señera del Papa Francisco, estas actitudes han perdido la virulencia de otros tiempos, pero aún tenemos que acortar no pocas distancias, para empaparnos plenamente del espíritu profundo del evangelio de hoy.

En la viña del Señor hay campo para todos: y lo que uno hace o consigue es para celebrarlo como si fuera propio… Y en lo que uno de nosotros fracasa, es para lamentarlo entre todos. Acompañar al que lo intenta y no llega; celebrar gozosos los buenos resultados de los demás; suavizar las euforias excesivas de los engreídos…, han sido siempre, y lo siguen siendo, signos inequívocos de identidad con el espíritu abierto de Jesús de Nazaret…

Si ahondamos en el sentido profundo del evangelio de hoy nos alegraremos incluso, y daremos gracias a Dios, por el bien que hacen personas, instituciones, ideologías y partidos políticos que nada tienen que ver con nuestra concepción cristiana de la vida. El evangelio no entiende de ideologías, no es de derechas ni de izquierdas: es una propuesta abierta a personas de buena voluntad que buscan, ante todo, la verdad y la justicia, ofreciendo como referente seguro el mensaje y la persona de Jesús de Nazaret…

Vicente de Paúl, cuya fiesta celebramos hoy, entendió bien este evangelio: rompió moldes en su tiempo, abrió puertas y ventanas…  Su impronta ha dejado huellas profundas en la Iglesia y en la sociedad de hoy: no en vano es el Santo de la caridad, patrono de todas las obras de caridad, entendida ésta como el esfuerzo permanente del creyente para devolver al desecho de la sociedad, a los desheredados y despreciados de este mundo, el sentido de su dignidad de hijos de Dios. Y a esta tarea dedicó lo mejor de su vida y de su imaginación creativa, incorporando a esta misma tarea personas que hasta entonces habían sido relegadas o postergadas, en la sociedad y en la misma iglesia: la mujer y los  cristianos de a pie…

Mucho nos dice el evangelio de hoy si queremos entenderlo… Ojalá el espíritu aletee sobre nuestras cabezas, y empape nuestros corazones, como en un nuevo Pentecostés. Y que la impronta de Vicente de Paúl nos ayude a revivir nuestra audacia adormida…

                        P. Félix Villafranca,
sacerdote paúl