+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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2 de febrero de 2019

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La Vida Consagrada “es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espí­ritu”. Lo característico es la vivencia de los votos o consejos evangélicos y la vida en comunidad. 

“Con la profesión de los votos se hacen pre­sente los rasgos característicos de Jesús -casto, pobre y obediente- y, a través de ellos, la mira­da de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en la vida eterna” (Vita Consecrata). 

Si Dios te llama a la Vida Consagrada: 

Estás llamado a vivir centrado en Jesús, quien vivió un amor de exclusividad al Padre y de profunda universalidad a los hombres y mujeres de todos los tiempos, y a ser feliz no sólo por tu realización perso­nal, sino porque la encuentras precisamen­te en darte a todos por igual. Es ir contra­corriente en este mundo que te invita a vivir centrado en ti mismo. 

Estás llamado a tener como única riqueza a Jesús y su invitación a perder tu vida por el Reino. Perderla a favor de los que más necesitan, perderla por el que por las estructuras de poder hoy es empobrecido, perderla por dar amor y recibirlo gratuita­mente. 

Estás llamado a hacer del Proyecto del Pa­dre tu propio proyecto de vida, acoger su verdad y ser libre. Adentrarte en el proyec­to del Reino, de sus exigencias y sus gozos, de sus luchas y de sus grandes alegrías y no desear otra cosa que hacer la voluntad de Dios en ti y en tus hermanos. Ser fiel a la historia que te habla y compromete hoy, ser fiel a la voz y a los gritos de tus herma­nos que te hablan hoy, ser fiel a tu corazón en el que habita Dios. 

Estás llamado a vivir en comunidad de hermanos, a construir la fraternidad y el bien común, en donde el centro sea Jesús y lo todo lo suyo. Es ir contracorriente en este mundo que te invita a “ir a la tuya”. 

Estás llamado a asumir una vocación con el carisma de una congregación o instituto, ese carisma que pone el “sello” particular y que sostiene toda obra reconociendo su origen en Dios y como respuesta concre­ta ante una necesidad en el tiempo. Esta vocación se desarrolla, con matices pro­pios, según el carisma del Fundador/a de una u otra congregación o instituto de vida consagrada. Los Fundadores han sido profetas que han sabido seguir a Jesucristo, de forma fiel y radical, en una época histórica concreta.