Damián Picornell Gallar

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7 de diciembre de 2019

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Nos encontramos inmersos en el tiempo del Adviento, esas cuatro semanas en las que nos disponemos para celebrar la venida de Jesús, escuchando más y mejor su Palabra, abriendo la mirada para descubrir su presencia, acercándonos a quienes han perdido la esperanza para ayudarles a recobrarla. Tal vez hoy más que nunca, en esta cultura impregnada de consumo individualista, necesitamos un tiempo así de estimulante.

Cada año el Adviento nos recuerda que Dios “vino” al encarnarse en Jesús, pero también “viene” ahora, cada día, en cada vida; más aún, “vendrá” al final de los tiempos para consumar su obra salvadora. Tiempo, por tanto, de despertar, vigilar y preparar caminos de acogida a Jesús, manteniendo viva la esperanza de que Él siempre viene.

El mejor ejemplo de lo que significa el Adviento lo encontramos en María, cuya Inmaculada Concepción celebramos hoy. Ella supo vivir en estado de constante esperanza. Esperó a Jesús, el Mesías, entregándose con generosidad y acompañándole hasta la cruz. Sostuvo la fe de los discípulos cuando todo parecía perdido. Sabía leer los tiempos de Dios, que se mueven a otro ritmo, más profundo que las apariencias.

Desear, entregarse, acompañar, alegrarse… son actitudes que expresan la esperanza que vivió María y que nosotros, a nuestra medida, somos invitados a cultivar aprendiendo de ella. 

Hace unos meses, con motivo del 375 aniversario del Patronazgo de la Virgen de Belén, la imagen de la Patrona de Almansa recorrió parroquias, colegios y residencias de ancianos. Cuando en la Parroquia de San Roque se preparaba el programa de actividades, alguien sugirió la idea de celebrar un pequeño recital de poesía dedicado a la Virgen María.

Así, nos encontramos con este precioso poema, publicado por el carmelita Pedro de Padilla, a finales del siglo XVI, cuyos versos han sido incorporados a la versión actual de la Liturgia de las Horas:

Ninguno del ser humano
como vos se pudo ver;
que a otros les dejan caer
y después les dan la mano.

Mas vos, Virgen, no caíste
como los otros cayeron,
que siempre la mano os dieron
con que preservada fuiste.

Yo, cien mil veces caído;
os suplico que me deis
la vuestra y me levantéis
porque no quede perdido.

Y por vuestra concepción,
que fue de tan gran pureza,
conserva en mí la limpieza
del alma y del corazón,

Para que, de esta manera,
suba con vos a gozar
del que solo puede dar
vida y gloria verdadera.

No se puede expresar, más bellamente, el misterio que hoy celebramos. María, la Inmaculada, la que fue preservada de todo pecado por la mano de Dios, tiende su mano hacia nosotros, los “cien mil veces caídos”, para levantarnos y llevarnos hacia su Hijo Jesús. Celebrar este Adviento muy cerca de María, nos ayudará a acoger con un corazón limpio y alegre al Dios hecho carne, al dador de la vida verdadera.