Juan Iniesta Sáez

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29 de febrero de 2020

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Parafraseando a Marcos, en el inicio de la parábola del sembrador, podríamos decir que en este primer domingo del tiempo de Cuaresma nos encontramos con ese evangelio que nos narra la actividad del tentador, del sembrador de discordias.

Con frecuencia, utilizamos frases en torno a Jesucristo, de un modo casi automático, sin darle todo el peso que tienen expresiones como “semejante a nosotros en todo, menos en el pecado”. Y domingos como el de hoy vienen a llenar de contenido esa afirmación. Cristo no conoció el pecado, pero sí la tentación. Hombre como nosotros, sabe perfectamente por qué en la oración del Padre Nuestro debe enseñarnos a pedir que “no nos dejes caer en la tentación”. No pedimos “líbranos de la tentación” (sí “del Mal”), sino “no nos dejes caer”, porque la tentación es inherente a nuestra vida, precisamente, porque es la contrapartida al mayor de los regalos que nos hace Dios al crearnos a su imagen: la libertad.

La libertad que el Padre nos da es una libertad para hacer el bien, libertad para amar y entregarnos a los demás continuamente, en cada pequeño detalle del día a día. Este tiempo que iniciamos, con sus prácticas cuaresmales, quiere orientar nuestra libertad hacia ese poner a Dios en el centro, y el servicio a los hermanos como nuestra prioridad.

A esa libertad es a la que interpela el tentador cuando sale a tentar. Como podemos elegir, él quiere llevarnos hacia su terreno, hacia el egoísmo y el individualismo que tanto marcan nuestro tiempo, hacia la indiferencia ante el sufrimiento de los demás; quiere que vayamos a la nuestra, que se nos llenen los ojos de pan y la cartera de billetes; que nos consideremos autosuficientes, sin necesidad de Dios y por encima de los otros. Lo reflejan las tres tentaciones paradigmáticas que refleja el evangelio, tentaciones que también sufrió Jesús.

La tentación, por ello, no debe asustarnos. Tampoco escandalizarnos. Pero sirve para ubicarnos perfectamente al inicio de la Cuaresma en la manera de afrontar ese doble camino que nos presenta la libertad: elige el bien y vivirás; elige el mal y… Así pues, es buen momento para redoblar esa petición confiada ante el Padre bueno que nos protege y nos guía: no nos dejes caer en la tentación.