+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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13 de junio de 2020
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Este domingo, 14 de junio, los católicos de todo el mundo celebramos la gran fiesta del Corpus Christi. Con gran solemnidad y fervor, llevamos, tradicionalmente, a Jesús Eucaristía en procesión por las calles de nuestras ciudades y pueblos, después de engalanar con colgaduras sus balcones y de tapizar el suelo con flores y plantas aromáticas, siguiendo una antigua tradición. El pueblo cristiano manifiesta, así, la alegría que lo embarga y honra y ensalza el misterio de la presencia eucarística del Hijo de Dios. Este año nuestras procesiones, aunque diferentes, igualmente, serán esa manifestación de fe y de amor que es la procesión del Corpus.
En el Antiguo Testamento, leemos cómo el pueblo de Israel, guiado por Josué, pasó milagrosamente el río Jordán. Antes de vadearlo, Josué se dirigió al pueblo con estas palabras: “Josué dijo a los hijos de Israel: «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios». Y añadió: «Así conoceréis que el Dios vivo está en medio de vosotros y que va a expulsar ante vosotros a cananeos, hititas, heveos, perizitas, guirgaseos, amorreos y jebuseos”.(Jos 3, 9-10). Estas palabras adquieren un sentido especial en un día como hoy. En efecto, podemos decir con toda razón que “un Dios vivo está en medio de nosotros”; camina con y en medio de nosotros; nos guía y nos protege. Sí, un Dios vivo está en medio de su pueblo, y éste confía en la misericordia de Dios que no tiene fin, como reza el Salmo 51.
En este día del Corpus Christi, la Iglesia celebra también el Día de la Caridad (Cáritas). Eucaristía, caridad y comunión aparecen, de este modo, como realidades íntimamente vinculadas. El amor de Dios que se revela en el envío de su Hijo para vivir entre nosotros, alcanza su manifestación o expresión más alta en la institución de la Eucaristía: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. (Jn 13, 1). Por su parte, la comunión más íntima entre los hombres tiene lugar gracias a nuestra participación en su Sacrificio, en cuanto que nos hacemos uno con Él al comer su Cuerpo entregado por nosotros y beber su Sangre, derramada para lavar nuestros pecados. La Eucaristía, el amor hasta el final del Hijo de Dios hecho hombre, es generadora de comunión: nos une con Dios y vincula estrechamente a los hombres.
La solemnidad del Corpus Christi es una invitación a vivir en comunión, a ser y hacer comunidad como eje fundamental de nuestra tarea de edificar el Reino de Dios transformando la realidad social mediante el ejercicio de la caridad. La existencia cristiana es con-vivencia, vida compartida en el seno de un pueblo, de una comunidad. Se entiende entonces muy bien que cada uno, cada comunidad cristiana, la Iglesia como tal, actúe como un agente de paz y de bien; que lleve a cabo una siembra generosa de caridad, de verdadera solidaridad, de entendimiento y comprensión, de perdón y de olvido de todo lo que produce división y enfrenamiento.
La comunidad es el ámbito donde podemos acompañar y ser acompañados, donde podemos generar presencia, cercanía y un estilo de vida donde el que sufre encuentre consuelo, el que tiene sed descubra fuentes para saciarse y el que se siente excluido experimente acogida y cariño. En la comunidad, podemos responder al mandato de Jesús, que nos mandó dar de comer al hambriento, y podemos implicarnos en el desarrollo integral de los pobres, buscando los medios adecuados para solucionar las causas estructurales de la pobreza.
Vivir en comunión lleva a reconocer la dignidad de los que conviven con nosotros; sensibiliza ante la realidad de la casa común, el mundo, que compartimos; mueve a vivir el servicio de la caridad como servicio al desarrollo humano integral, de todo el ser humano y de todos los seres humanos; empuja a reaccionar ante las injusticias y a incidir en el cambio de las reglas de juego del sistema económico-social; favorece el nacimiento de una economía al servicio de la persona, que promueva la inclusión social de los pobres y la consolidación de un trabajo decente.
Permitidme, para terminar, una palabra de agradecimiento a cuantos trabajan y colaboran en nuestra Cáritas diocesana y en las Caritas parroquiales e interparroquiales, en todas las instituciones eclesiales y civiles por su trabajo generoso y desinteresado en favor de los más necesitados. Que el amor y el respeto a cada persona siga guiando vuestro buen hacer; que tengáis siempre presente las palabras del Señor Jesús:“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40), seguros de que serán la mejor ayuda para mantener vivo y activo el espíritu que debe presidir siempre nuestra caridad.