Diego F. Herrera Urrea
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11 de julio de 2020
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En el Evangelio, siempre encontramos algo novedoso y sorprendente. En este domingo, escuchamos la parábola, del sembrador. Por medio de esta parábola se nos invita a reflexionar sobre la importancia y el significado de la palabra de Jesús.
Cuando habla Jesús a la gente, utiliza muchas parábolas; no era tanto por adecuarse a la manera de hablar de la gente sencilla, sino en un lenguaje comprensible a todos, tomando imágenes de la vida cotidiana y de la propia naturaleza, ya que las parábolas contienen un significado que se abre sólo a los sensibles a la verdad y a la lógica del Reino de Dios. Jesús siempre propone, nunca impone porque, quien no tiene deseo de apertura a la novedad, la parábola simplemente queda en un cuento ingenioso, pero insignificante.
La parábola del sembrador es una señal de generosidad en la no se guarda nada de la semilla, se esparce toda, en toda clase de terreno. Es una actitud del agricultor, que sabe confiar y esperar, que siembra con esperanza e ilusión de completar una cosecha abundante, a pesar de experimentar el cansancio y la desilusión en las adversidades en la espera de la cosecha.
Hoy vivimos momentos y tiempos de lo inmediato, de recibir frutos al instante, ya que nos hemos acostumbrado al menor esfuerzo pero con la ambición de alcanzar grandes resultados (frutos). Es, por tanto, que la inmensa mayoría de las personas ya no luchan por “ser”, sino por el “tener”. Ya no encuentran ilusión por llenar sus vidas de grandes ideales, sino por ocupar solo un sitio. Por eso, la palabra de Jesús nos anima a buscar en la lucha y la perseverancia lo que el Señor nos propone: una vida nueva, seguir luchando, vencer el viento, las durezas de las piedras, las espinas que encontremos…, a pesar del cansancio del camino.
Frente a esto, Jesús vuelve a hablarnos, por medio de esta parábola del sembrador y para poder responder o no a su Palabra. Jesús es el sembrador, la Palabra de Dios es la semilla. Una semilla que está destinada a producir frutos; no simplemente a tirarla, sino que la cosecha sea abundante.
Ante la Palabra de Jesús, se producen distintas actitudes, como nos lo presenta la parábola, tres terrenos improductivos:
Hay quien tiene el corazón duro como el suelo de la tierra apisonada del camino. Corazones insensibles, egoístas, orgullosos. No tienen lugar para la palabra de Jesús y los valores del Reino de Dios. Así viven muchas personas que ven en el Evangelio un camino de débiles y vencidos. Viven su vida con independencia, autosuficiente, al margen de Dios.
Otros tienen un corazón inconstante, que se entusiasma al instante y al momento se desanima en las primeras dificultades. Es el lugar pedregoso, que, con poca tierra, la semilla brota pero no puede profundizar las raíces. En ello, vemos la realidad de tantas personas que ven en Jesús una propuesta de vida y salvación y se abrazan a ella pero, rápidamente, pierden la determinación y se quedan en medias tintas, no lo toman muy en serio, lo dejan de lado cuando no gusta. No se interioriza la Palabra, se oyen sólo las cosas fáciles y agradables pero no las duras y que nos parecen costosas.
También existen personas que tienen un corazón materialista, que dan prioridad a las riquezas y a los bienes del mundo. La Palabra de Dios se vuelve innecesaria y sin importancia para las preocupaciones que van relacionadas con este tipo de éxito. La Palabra de Jesús es sofocada por esos otros intereses dominantes.
El último terreno, es bueno y muy productivo porque hay quienes escuchan y proclaman auténticamente la Palabra de Dios. Son personas que aceptan el mensaje de Jesús, lo hacen suyo, tienen un corazón disponible y bueno, abierto a los desafíos de Dios y hacen del mensaje el centro de sus vidas. Ya que en la propuesta de Jesús han encontrado un camino de liberación y de vida plena, han aceptado hacer de su vida una entrega a Dios en el trabajo con y para los hermanos. Este es el ideal de todo discípulo y es esta la propuesta que el Evangelio de hoy nos invita a acoger, la Palabra de Jesús.